La historia de la bodega Máximo Abete se cuenta a través de sus vinos, cada botella dibuja el recorrido desde la tierra hasta la mesa, y muestra en su etiquetado el origen del nombre de su producto. "Las imágenes del envase y el nombre que le hemos puesto a cada vino tienen una razón de ser, pues tanto las ilustraciones como los vinos están asociados a gente de la familia o a las parcelas donde se cultivan", esgrime Yoanna Abete, quien, junto a María, su hermana, dirige la bodega que abrió su padre en los años 90. Hace más de 25 años Máximo Abete, su padre, se sumergió de lleno en la viticultura, un tiempo en el que tuvo que compaginar la que era "su pasión", con su profesión como profesor.

La historia de esta bodega familiar comenzó entonces, en San Martín de Unx, con el empeño de Máximo por recuperar y cultivar la viña en "zonas que se estaban dejando abandonadas porque no eran productivas".

Aunque él ya había acumulado experiencia, comercializando los vinos de la Cooperativa del pueblo, decidió cultivar y producir su propio vino. "Le tacharon de loco porque quiso cultivar en una zona de difícil acceso, con complicada mecanización y poco rendimiento económico", incide María Abete, la pequeña de las dos hermanas. Aquel lugar era el paraje de Vallervitos, en la Sierra de Guerinda, nombre que recibió su primer vino, y que también fue su proyecto más importante, el Guerinda Crianza.

Con los años sus dos hijas se sumaron como parte de la plantilla, ayudando a su padre, quien decidió no abandonar su vocación como profesor, a hacer crecer las bodegas.

Pero en noviembre de 2011 Máximo falleció, con 60 años, y Yoanna y María se pusieron al frente del negocio, representando así el relevo generacional en un momento complicado para los pueblos, sus campos y los negocios locales. Fieles al espíritu con el que se creó el proyecto, continuaron con el mismo objetivo que tenía su padre, el de mantener y recuperar la viticultura tradicional en las zonas abandonadas del pueblo, al mismo tiempo que trabajan en la búsqueda una identidad propia y experimentan a través de la producción de diferentes vinos.

En las 25 hectáreas que conforman la bodega, el 70% es uva Garnacha, "que representa la filosofía de nuestro proyecto". Aunque también trabajan con otras variedades autóctonas como Tempranillo y Graciano, y algunas parcelas, también herencia del trabajo paterno, en las que hay Merlot, Sauvignon, Chardonnay y Viura.

Viticultura orgánica El cambio generacional y el relevo en el negocio ha traído consigo cambios en el diseño y un recorrido hacia la modernización en toda la cadena de producción. "Ha sido un cambio gradual, teníamos claro desde que empezamos a trabajar a dónde queríamos ir y comenzamos a tomar decisiones que nos fueron llevando al producto actual", explica Yoanna. Ahora las botellas visten más altas y estilosas, con un corcho que no sobresale, que termina con lacre, como imitando los sellos antiguos.

El camino que han recorrido las hermanas Abete les ha llevado a su vez a centrarse en el cultivo de la variedad Garnacha a través de una viticultura orgánica y sostenible. "Viendo la filosofía que habíamos trabajado con mi padre pensamos que debíamos cultivar en ecológico e ir trabajando cada vez más de manera sostenible", apunta María, y añade que ahora "casi todo su viñedo cuenta con el certificado ecológico".

Mujeres en el campo "Si fuéramos hombres nadie pondría en duda que podemos trabajar en el campo y en la bodega, pero siendo mujer sí que a veces pasa", espeta María, quien reconoce que además al ser mujer se añadió en sus comienzos el hecho de que "éramos jóvenes". "A veces parece que hablan contigo mientras están esperando a que llegue el jefe, o la idea que ellos tienen de quien debería ser el jefe, por edad y por género", refiere. Coinciden en que cada vez pasa menos pero aseguran que "todavía queda mucho por recorrer".

Guerinda el máximo "Este vino es un homenaje a nuestro padre", lee la descripción de Guerinda El Máximo, el tinto crianza que lleva el nombre del fundador de las bodegas. Es en la botella donde las dos hermanas cuentan cómo su padre trabajó las tierras difíciles de la baja montaña, "donde crecen las cepas rodeadas de plantas aromáticas, pinos, corzos y algún jabalí que otro". Ellas ahora le ponen la técnica de su padre, y también como él, "el mimo y la elaboración artesanal".