Recuerdos de Pedro Barandalla
Justo en el mismo momento de enterarme que nos habías dejado, Pedro, han venido a mi memoria multitud de anécdotas y situaciones que nos han unido en la vida.
Recuerdo la primera vez que te vi en los vestuarios del antiguo campo de la Misericordia (año 1984), cuando los equipos del Iruña entrenábamos allí. Ya te conocía, porque ese año estabas en la Txantrea y entrenabas a varios amigos míos. Te habían destituido la semana anterior y ya estabas enfrascado en otra guerra diferente con la ilusión de un principiante. Esos fueron 4 ó 5 meses intensos, porque cada partido nos jugábamos el mantenernos en la categoría. Recuerdo que nos transmitiste ese empuje y carácter que hacía falta para salir de aquella situación. Pero también nos transmitiste que todo aquello que estábamos viviendo no terminaba cuando finalizaba el entrenamiento. Un equipo era equipo, dentro y fuera del campo, nos teníamos que ir a tomar algo después de los entrenamientos. Y qué decir después de los partidos…, había más cenas y sobremesas que partidos.
Recuerdo con una sonrisa aquella furgoneta con tus aperos de fontanero en la parte trasera y las silletas de las gemelas en las que nos teníamos que montar cuando no había espacio. No creo que fuesen muy seguras las gemelas, porque cada vez el espacio se iba haciendo mayor.
Y qué decir de aquel día que terminamos después de un partido en una discoteca en la que se celebraba la fiesta de arquitectura y las futuras arquitectas te preguntaban si eras de primero o de segundo.
Estoy seguro que a todos los que estén leyendo estas líneas y que te han disfrutado como entrenador (seguro que los que no también) les vienen a la memoria multitud de anécdotas de este tipo. En aquellos años lo diste todo.
Recuerdo que la vida nos volvió a unir directamente años después cuando, realizando funciones de “captación” en Osasuna, decidiste llevar a mi hijo a Tajonar. Ya habían pasado muchos años de nuestros inicios y tu salud ya no era la misma, pero seguías con la misma ilusión que siempre por el fútbol.
Recuerdo el susto que me diste en Alfaro, cuando dirigiendo un equipo de captación en Osasuna te caíste redondo y te tuvimos que llevar al Hospital a Tudela. Creían que esa iba a ser tú última relación con el fútbol, pero nada más lejos de la realidad. Aunque tú salud ya no era la misma, los que te conocíamos sabíamos perfectamente que cuando la vida se te apagaba era cuando no hacías nada relacionado con el balón.
El año pasado, el fútbol volvía a unirnos por tercera vez. En esta ocasión fue tu hijo que, como entrenador de porteros, coincidió con el mío en la Mutilvera. Siempre que iba a ver los partidos a Mutilva, procuraba ponerme a tu lado. Sabía que no me iba a aburrir, y de paso, así te frenaba para que no “saltases” con algún aficionado del equipo contrario o te tranquilizaba en tus gritos hacia los árbitros. Di que también tenías para eso a tu santa esposa.
Y ahí seguías en estos últimos días, de campo en campo, realizando informes para el colegio de árbitros. Esos árbitros a los que tanto gritabas y criticabas cuando estabas en los banquillos, que te conocías de ellos hasta con qué pie se levantaban de la cama, y con los que solucionabas todos los problemas tomando una caña en la barra de un bar.
Nada ni nadie ha podido contigo hasta que ha llegado este bicho.
Gracias Pedro, gracias por haber existido y por haber sido como has sido. Porque la vida sin ti hubiese sido mucho más aburrida.