Siento dolor porque la muerte de Pilar la separa de mí, de nosotros. Se la lleva lejos habiéndola tenido cerca. Era nuestra y ahora es del cielo azul, transformada en estrella, cuando era una mujer próxima que caminaba por las calles de nuestra Iruña viendo escaparates o iba a bailar el zortziko a la Plaza del Castillo o a disfrutar de los San Fermines. Lloro porque se ha ido una amiga, me siento afortunada por haberla conocido. Por haber admirado su labor de modista en Iruña y París. Y es que curiosamente no la conocí en Iruña, sino que a ella y su y a su hermana María Carmen por primera vez las abracé en París, la ciudad de la luz, donde Pili ofició de modista y primera oficiala de casas de alta costura del prestigio de Balenciaga y Pierre Cardin y, donde además, acudían las hermanas a la estación para ofrecer ayuda a los recién llegados inmigrantes. Nos acercamos a visitarlas con un poco de pudor, temíamos estorbar lo que sabíamos era un importante trabajo diario de aguja e hilo, de paciencia y esmero. De concentración y esfuerzo. De calidad y confección, por lo que era reconocida.

Paseamos, mi hijo y yo, por la gran avenida de París que lleva al Arco del Triunfo y donde los locales comerciales exponían sus ofertas cuantiosas, sobre todo en la moda que el mundo occidental exhibía y disfrutaba. Trajes de lana merina, bolsos de cocodrilo del Nilo y de caimanes del Orinoco, bisutería resplandeciente junto a las tradicionales joyas que toda mujer debía exhibir para aumentar su atractivo y los maravillosos vestidos de gasa y seda con que cubrir el cuerpo femenino con el objeto de ser deseadas, adoradas. Dejando de lado ese resplandor, llegamos al piso humilde, en la trasera de un edificio, pequeño y oscuro, y como nos dijo mientras nos ofrecía el café, óptimo para descansar de sus largas jornadas en los talleres de los grandes modistos. Por ellas supe cómo se daban las últimas y oportunas puntadas en los vestidos para ajustarlos a los cuerpos gráciles de las modelos antes de su desfile por las pasarelas, los trucos para volverlas aún más delgadas, las puntadas matemáticas que cada traje y cada modelo y cada ocasión requerían.

Hablaba con sencillez de lo que definió como modesto oficio que yo adiviné gigante. Sonreía cuando nos detallaba la vida de los modelos y los diseñadores, su observación feminista de que siendo en tarea tradicional de las mujeres, los hombres lo habían convertido en un oficio de fama mundial, sobre todo en París. Comentó que su condición de vasca le había valido que Casa Balenciaga depositara en ella una confianza especial. Sabían que respondería siempre con lealtad y eficacia, o en ello pondría su empeño.

Pilar regresó a su Iruña natal ya casada con Antonio, el amor de su vida, y el consuelo d su vejez, y ejerció no tan solo como modista, lo que era mucho, sino como empresaria, que era más. Primero comenzó con desfiles de modelos en su casa a finales de los 70, en los 80 creó una cooperativa para trabajar, sobre todo, con prendas de cuero y, por los 90, montó su negocio de Garaicoechea Novias, de donde salían los vestidos blancos como la nieve con su brillo de estrellas fugaces o lentejuelas. Adecuaba cada uno de ellos a cada novia, ajustando, ponderando, realzando y ocultando los defectos que toda mujer carga en su cuerpo y que, en ese día especial de la boda, debían permanecer ocultos bajo las capas voluptuosas y volátiles de de encaje, gasa, organza, seda y satén. Con el tiempo y el éxito de su empresa, obtuvieron premios de reconocimiento, y en los años que llegan hasta hoy, muchas mujeres se acercan a la Casa Garaicoechea a relucir en ese día especial en que prometemos amar a un hombre para siempre

Ha muerto una amiga. Madre ejemplar de Pablo y Moisés. Una empresaria. Una modista. Evoco su rostro que era hermoso, su sonrisa que era abierta y destaco su calidad que era la sencillez y la laboriosidad. Mi recuerdo se detiene en sus manos prodigiosas, en sus dedos hábiles, en su imaginación creadora. Quisiera besarlos con respeto, mantenerlos en mi remembranza con esa agilidad que tuvieron para magnificar entuertos, arreglar defectos. Puntadas que una a una iban modelando un cuerpo, anunciando un futuro. Otorgando al viejo rol femenino que se conformaba en la cocina de casa con animar las telas de modo que revistieron cuerpos para volverlos atractivos, se vuelve además negocio productivo. Que se puede triunfar con los oficios de las abuelas, acomodándose a los tiempos modernos. Pilar, mi querida y respetada Pilar, lo logró. Goian bego, adiskide maitia, bihotz bihotzez.

La autora es bibliotecaria y escritora