Cuando se muere un amigo la vida se nos acorta, mutilada por la falta de su voz y su sonrisa y de su compañía, pero también se nos alargan los recuerdos. Se vuelven infinitos. Me ocurre con el amigo que se nos ha ido, Ascensio Etxebeste, y regreso al punto de encuentro de hace medio siglo cuando le conocí en una reunión de padres que andaban en la tarea de instaurar y restaurar el euskera en nuestra comunidad. El movimiento -clandestino en la larga noche franquista-, ya reclamaba en voz alta una implantación de centros de enseñanza para impartir e conocimiento en el idioma vernáculo, volverlo real y eficiente, rompiendo las cadenas que nos enmudecían por décadas de opresión dictatorias. Se trataba de abrir de un golpe la pesada puerta que nos impedía comprender nuestro pasado. Porque el idioma de un pueblo, y a más tan antiguo como el nuestro, es la clave de nuestra personalidad. Nuestra razón de sobrevivencia.
Abundaban los problemas: la insuficiencia económica, el formidable escollo político que se afrontaba en aquellos años finales de la dictadura donde todo estaba por verse, la carencia de libros de texto, el Batua o sea la unificación del lenguaje, tomó carta de naturaleza en 1968, añadido a la escasa presencia de de profesores/as que dominando el euskera pudieran conjugarlo con sus conocimientos a impartir, un edificio oportuno... los padres en asamblea sopesaban, discrepaban y reñían en la atención de cada uno de los puntos carenciales. De la tímida e inicial andadura de Ikastola Uxue, 1965, se abrió Ikastola San Fermín, el 20 de abril de 1970. El nombre del patrón de Nabarra ayudo al hecho, como también la acertada dirección de Jesús Atxa, que supo equilibrar el objetivo con sus inconvenientes y se empezó a actuar en el sitio de Zizur, primero alquilando aulas, hoy propiedad de la Cooperativa de la Ikastola. Fue un trabajo en auzolan que inició la andadura con un mínimo de alumnos y con la innovación importante, de ser un centro mixto.
Muchos son los nombres de aquellos matrimonios abanderados, y me arriesgo a citar algunos como Aranzadi, Barlos, Cortés Izal, Elso, Epalza, Gastearena, Urmeneta, Yaben... y la entrada desde la Ikastola de Euskadi Venezuela de Irujo. Alli estaba Etxebeste y su inseparable y amable esposa, María Josefa con sus tres hijos, transitando esa andadura que no fue fácil ni cómoda. Los alumnos carecieron por años de patio juegos o aulas soleadas, pero era curioso que las quejas en tal sentido fueran mínimas. Los padres se conformaban con escuchar palabras de la lengua primordial en los labios de sus hijos, vocablos negados a nuestra generación. Eran música en los corazones, bálsamo que remediaba la terrible derrota de nuestras ideas nacionales merced a una guerra y a un régimen que jamás quisimos y hubimos de soportar.
Etxebeste era un empresario de Gipuzkoa afincado en Nabarra y ardiente propulsor del euskera. Lo hablaba con fluidez, y solía comentarle cuanto le envidaba. Él sonría y me advertía que de envidia a envidia, a veces suspiraba por la libertad que los vascos de la Euskadi exterior gozaron pese al exilio. Y hacíamos reflexión de nuestra historia, consciente de que el camino que nos tocaba recorrer a nuestra generación era al fina transitable. Si salvábamos el idioma, salvábamos nuestra alma, afirmaba Etxebeste, y eso era hacer futuro pese a la historia de nuestras derrotas pasadas.
Etxebeste lograba tiempo para dirigir su empresa, arriesgándola en su discurrir nacionalista, y atendía los proyectos a los que que estábamos empecinados, que íbamos de reunión en reunión, de asamblea en asamblea, sin importarnos la distancia ni el confort, al frente de los volantes de nuestros coches, desbrozando carretera y país. Y es que tamien estaba la puesta en marcha, desde su ilegalidad y persecución de EAJ/PNV. Fue fiel seguidor no solo de sus múltiples reuniones, sino generoso donante de sus muchas necesidades, exponente directo de su doctrina, hombre que hablaba sin ofensa y con respeto. Nunca faltó a nadie, pero jamás retrocedió en la ideología que mantenía con integridad.
La vida antes de llegar a su fin, le ha dado un premio que él hubiera valorado mucho: el milagro de resurrección de Irulegiko Eskua. Creo que los que trataron como Ascensio Etxebeste de remontar nuestras idioma primordial con la creación de una ikastola y un partido, la mano bendita surgida en el centro de Nabarra del polvo de sus más de 2mil años, es la mejor respuesta. Le otorga la bienvenida al ámbito de los grandes idealistas, de los hombres y mujeres que supieron poner la voluntad y el pie en la derechura correcta. De los fieles a su palabra. Leales a sus principios. Goian bego, adiskide maitia.