Este viernes pasado moría en su casa de Puente la Reina Carlos Goñi Zapirain a sus setenta años después de una vida tranquila y feliz, acompañado siempre en estos últimos años de su hermano Francisco. Su esquela iba encabezada con un venturoso y cierto “Todos le querían” … Hace unos años escribí esta pequeña semblanza sobre nuestro querido Carlos y he creído que es un humilde pero cariñoso homenaje el volver a publicarla ahora que suspira en el cielo.
Ayer, Viernes Santo, chispeaba en Puente. Al mediodía cayo una tromba de agua…, por la tarde estuvo nuboso pero sereno, aunque frío con cierzo rabioso.
No salió la procesión. El manto de la Dolorosa, terciopelo fino bordado en oro, dos veces ya, por las monjas agustinas de la Zurrutia ( zubi urrutia…, mas allá del puente) se estropea con la lluvia.
Pero los cofrades, “mozorros”, músicos, orfeonistas y devotos se juntaron en la iglesia de San Pedro, calibraron el estado del cielo, estrecharon añejos vínculos y se fueron de bares, sociedades o sencillamente a casa, a cenar. El ritual estaba cumplido, los pasos en perfecto estado de revista, Jesús entrando en Jerusalén, el Ecce Homo, azotado sin piedad por Poncio Pilatos, la “cruz a cuestas”, acompañada por Verónica, el Cristo alzado, Jesús yacente y la Virgen Dolorosa con lágrimas de cristal y manto de lujo.
Hoy es Sábado de Gloria y se desmonta la tramoya. Una troupe de voluntarios zancarrea de la iglesia de San Pedro al almacén que recoge las “andas”. La Verónica y las santas mujeres han perdido sus pelucas, de cabello auténtico, el Nazareno triunfante se ha quedado sin palmas ni olivos, el Cristo de la “cruz a cuestas” ha perdido su preciosa túnica morada, ribeteada en oro, y la Dolorosa su rico manto que guardan con cariño y veneración las monjas cerradas de la Zurrutia, hermanas de las de Sangüesa.
Una quincena de hombres rodean y empujan el carro que lleva los pasos desnudos del templo barroco a la bajera anónima de la calle D. Rodrigo de Rada, el de las Navas de Tolosa, que no nació en Rada, por lo visto, sino en Gares.
Es un carro bajo con sus dos varas, en la serrería de mi padre usábamos uno así para repartir la leña cortada de encino por las casas, a golpe de espuerta y escalera, a tanto el kilo.
El “anda o paso” va avergonzada sobre el carro y todos apoyan y bromean pero Carlos, Carlitos, empuña ambas varas con ambos brazos, dirige la operación y soporta con alegría las puyas de los cofrades.
Carlos hace las veces del pollino que montaba Jesús cuando entró triunfante en Jerusalén entre aclamaciones y ramos de olivo y seguro que, entre las chanzas de los compadres, él se ha sentido llevando en sus hombros al mesías anhelado por el pueblo de Israel que poco después sería crucificado por los soldados romanos.
Carlos Lanchurda, su abuelo era Lanchurda, lartxunta…, escarcha, o rocío mañanero que diría la jota, en euskera. A saber por qué le pusieron el mote a su abuelo…, pero hay motes que dan envidia como la alegría de Carlos llevando el carro con los “pasos” de regreso a su lugar, a ver si el año que viene no chispea.