Carlos Carnicer. In memoriam
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Así dice el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 en París, y así lo repetía siempre que había ocasión quien fue, durante tres lustros, presidente del Consejo General de la Abogacía Española, Carlos Carnicer, recientemente fallecido.
Era un mantra en sus discursos, y también un anuncio de su forma de ser: un resumen perfecto de los valores que le inspiraban y de cómo entendía la Abogacía en el ejercicio profesional y como institución.
La Abogacía y la Justicia requieren libertad e igualdad. Sin Abogacía libre e independiente, no hay Justicia, y sin Justicia no hay Estado de Derecho, decía. Y añadía: cada despacho de abogados debe ser una oficina de derechos humanos.
Su manera de entender la Abogacía, partiendo de la igualdad de armas, le hacía ponerse siempre en el lugar de los más desfavorecidos, en el de aquellos que no tenían medios económicos y debían servirse de unos servicios de asistencia jurídica gratuita, considerados como parte esencial del hacer de los colegios de la Abogacía y de sus profesionales.
Para Carlos Carnicer, el compromiso con la ciudadanía era el núcleo central del servicio profesional de los abogados y abogadas. La razón de los colegios profesionales era su utilidad, sobre todo, para la sociedad y para la propia Justicia. La capacidad de influencia de la Abogacía dependía de su prestigio y del compromiso, sin corporativismos, con la independencia, la libertad y la justicia.
Decía, cuando presentaba lo que se podía considerar como el siglo de oro de la Abogacía española (1838 a 1936), que si se buscan los verdaderos protagonistas de los avances conseguidos en esa época, “sobresalen unos hombres cuyo denominador común es su condición de abogados. Se formaron en el ejercicio del derecho, en el clásico ejercicio basado en la oratoria, la sólida formación en el sistema jurídico que ellos mismos constituían individual y colectivamente, también a través de los Colegios, en la salvaguarda de su código deontológico, la veracidad, la dignidad, la libertad, la prudencia, la diligencia, la cautela, la moderación y, sobre todas las cosas, la independencia profesional”.
Como aquéllos, él también, nuestro querido Carlos, representó ejemplarmente la función de la defensa y estaba imbuido del espíritu de servicio a la sociedad.
A muchos de nosotros, decanos de los Colegios de Abogados, nos mostró qué era lo trascendente para la Abogacía y qué debía preocuparnos sobre todo.
Con Carlos Carnicer nació la Fundación Abogacía Española, actual Fundación Abogacía Española y Derechos Humanos. Derechos humanos que son el pilar fundamental de nuestra profesión.
Ojalá que su legado no se olvide y que la Abogacía nunca pierda de vista cuáles han de ser sus objetivos.
Sirvan estas palabras de agradecimiento en la despedida a una figura esencial para nuestra Abogacía.
Firman este obituario: Ángel Ruiz de Erenchun Oficialdegui, Ignacio Ramón Arregui Alava, Victoriano Lacarra Lanz, Javier Boneta Lapitz, Jorge Montero Antoñana, Javier Caballero Martínez, Alfredo Irujo Andueza, Luis Goñi Jiménez, Blanca Ramos Aranaz, Luis Miguel Arribas Cerdán, Bernardo Lacarra Albizu y Alicia Escudero Domínguez. Decanos y Decanas de los Colegios de Abogados de Pamplona, Tudela, Estella y Tafalla