ace 22 años, Iñaki Alcalde Olivares y Txusma Pérez Azaceta publicaron un libro imprescindible para sacarle partido a las verdes montañas guipuzcoanas. ‘Guía de montes de Gipuzkoa’ se ha convertido en todo un clásico del montañismo vasco. Coincidiendo con su 20 aniversario, Pérez Azaceta revisó y actualizó en 2020 la sexta edición de un ejemplar que recoge 95 ascensiones a un total de 155 cumbres.

La introducción, escrita en esta ocasión por Antxon Burcio, guía de alta montaña y curtido mendizale, tiene un claro enfoque localista y se percibe el cariño por la proximidad y la cercanía. Es un asunto que aborda de manera sentimental, pero no solo; se trata también de una cuestión pragmática, ya que “es donde se hace uno montañero. Teniéndolos tan próximos siempre encontraremos la ocasión de ascenderlos para poder empaparnos de su riqueza paisajística y de su historia. No son montes con mucha altura, pero tienen mucho que mostrarnos”.

Sus palabras conectan con lo que decía Miguel Delibes sobre el mundo rural (“es cercanía y concreción”) y que el escritor vallisoletano defendía con uñas y dientes. Delibes amaba la cultura rural -y por extensión sus montes y entornos naturales- que se menospreciada desde lo urbano tildándola de anacrónica, pasada de moda y prescindible. En realidad, la naturaleza nos brinda la oportunidad de reconectar con nosotros mismos. Y nos recuerda lo que reza un extendido eslogan: “Quiénes somos y qué queremos ser”. Ni más ni menos. La primera edición contó con un prólogo redactado por Paco Iriondo, expresidente de la Federación Vasca de Montañismo.

Para elaborar convenientemente la nueva versión de la guía, Burcio y Pérez Azaceta volvieron a subir todos los picos del territorio. En estas nuevas ascensiones han encontrado pocas novedades y todo sigue más o menos igual que antes. “Hemos comprobado que las pistas que se abren en los montes han desdibujado el paisaje en alguno de ellos, pero la mayoría siguen tal y como los recorrimos hace 20 años”, señalan. Sua edizioak ha sido la encargada de actualizar y revisar el ya clásico libro en el que se incluyen todas las cotas del catálogo de cimas de Euskal Herria correspondientes a Gipuzkoa.

Casi tan pequeña como Luxemburgo, con una distancia que no llega a los 100 kilómetros entre sus dos puntos más lejanos, Gipuzkoa es un territorio pequeño (1.974,46Km2) y con una alta densidad de población (691.578 habitantes). Pese a su accidentada y laberíntica geografía, en Gipuzkoa todo está a unos pasos. No hay pérdida. La fusión entre la costa y el interior es un hecho. El mar se otea desde las cumbres. Aitxuri, el pico más alto de la sierra de Aizkorri, con sus 1.551 metros de altura, es el techo de Euskadi y dicen que en su cima se esconde la diosa mitológica Mari. El paisaje es poliédrico, complejo y vibrante.

Según la ley 27/1983, la Diputación de Gipuzkoa se encarga de la gestión de montes y espacios naturales protegidos. “El 75% del territorio”, calculan, “puede calificarse como de monte, estando el 63% del territorio cubierto por bosques, lo cual coloca a Gipuzkoa como uno de los territorios más forestales de Europa. Esta situación no era así a principios del siglo XX, cuando la preocupante deforestación de nuestros montes motivó la creación del Servicio Forestal de la Diputación Foral de Gipuzkoa”. Para hacernos una idea de la magnitud: en la Finlandia maderera la arboleda no llegaría al 65% del total de la superficie.

La administración foral se detiene en algo que no todo el mundo conoce: la figura de los árboles singulares. Recogida en el artículo 16 de la Ley de Conservación de la Naturaleza del País Vasco, se refiere a aquellos ejemplares “que por sus características extraordinarias o destacables (tamaño, edad, historia, belleza, situación, etc.) merecen una especial protección. Sentimentalmente, nos unen con nuestros ancestros, los cuales también se cobijaron bajo ellos, y lo harán nuestros descendientes”, añaden. Entre los 10 árboles catalogados como singulares y que sobreviven en los bosques y montes del territorio, se encuentran el gran ginkgo del parque Eguzki de Hernani y un roble con cientos de años de antigüedad ubicado en el barrio de de Igara, Donostia.

Entre las 155 cumbres guipuzcoanas, se encuentra el pico de Adarra o Adarramendi. En la comarca de Donostialdea se ha convertido en una tradición bastante arraigada subir a su cima (811 metros) los primeros meses del año. El frío aprieta y el tiempo suele ser desapacible, pero algunos clubes de montaña reparten caldo para entrar en calor. Concurrida, familiar y apta para todo tipo de públicos, se accede por la carretera desde Andoain. Es además una joya prehistórica que merece la pena visitar: en su entorno se acumulan diversos monumentos megalíticos donde brilla el crómlech de Eteneta. El llamativo conjunto prehistórico se completa con un menhir de más de dos metros de altura.

Hace dos años un incendió quemó unas 50 hectáreas del monte Jaizkibel. El fuego arrasó pastos y zarzales. Fue un pequeño disgusto. El siniestro tardó 8 horas en ser controlado. A más de uno se le paralizaría el cuerpo al ver cómo las llamas volvían a provocar un importante mordisco a Jaizkibel. En 1989 todo el monte quedó teñido de negro, desde la bocana del puerto de Pasaia hasta el cabo Higer en Hondarribia, pasando por el municipio de Lezo, en la zona oriental de Gipuzkoa. No quedó casi nada.

Desde entonces, Jaizkibel (555 metros) ha renacido. Ha recuperado su esplendor, da gusto contemplar su estilizada figura. Hay infinidad de árboles, vida natural y animal. Vive una segunda juventud. Muchos de los hitos que reseña en su afamado diccionario Pascual Madoz, del siglo XIX, siguen existiendo: el Fuerte Lord John, los torreones carlistas y Alleru, donde se encuentra el Fuerte de San Enrique, un mirador con una vista completa sobre el extensísimo paisaje, el faro de Higer y una ciudad romana que el político liberal identifica como Oiasso y que no es otra cosa que la actual ciudad fronteriza de Irun.

El monte de San Antón tampoco destaca especialmente por su altura -apenas rebasa los 100 metros de altitud-, pero su particular forma le ha valido el conocido apelativo de ‘Ratón de Getaria’. En realidad, es una isla que en el siglo XV se unió artificialmente a la costa. Arriba hay un faro que durante siglos avisaba de la proximidad de las ballenas o galernas. Hasta hace algo más de dos siglos allí se encontraba una ermita que eliminaron las tropas francesas durante el final de la Guerra de Independencia, en 1813.

El escultor Jorge Oteiza, que era muy suyo, sostenía una peculiar hipótesis. Decía que el montecito no se asemejaba a un roedor, sino a un cetáceo que “había decidido morir en nuestras costas”. Acido y provocador, Oteiza sentenció: “Nadie se puede fiar de un pueblo que confunde una ballena con un ratón”. Tenga o no razón, desde sus atalayas se pueden ver las embocaduras de todos los puertos de Gipuzkoa, así como de los ubicados en el tercio oriental de Bizkaia.

Antes de abordar alguna de las cumbres del Parque Natural de Aralar, una de las principales joyas naturales del territorio, vamos a detenernos en el área recreativa de las campas de Larraitz, en el término municipal de Abaltzisketa. En esta zona transitada por montañeros y excursionistas, podemos disfrutar de los húmedos y frescos prados del entorno, de sus paseos y actividades de aventura. Hay una ermita, mesas y bancos de madera. Y una fuente que data de 1939. Un alto en el camino rodeado de una exuberante vegetación en pleno corazón montañoso de Gipuzkoa. Bastante más arriba se divisa la espectacular cima del Txindoki, a 1.346 metros de altura.

Aizkorri: El techo de Euskadi

La cadena montañosa más alta de Euskadi cuenta con un envidiable patrimonio cultural: dólmenes, cuevas ancestrales y antiguas calzadas romanas salpican el Parque Natural de Aizkorri-Aratz, ubicado entre las provincias de Álava y Gipuzkoa, y que destaca por sus sierras calizas y hayedos infinitos. La entrada principal del parque está situada junto al Santuario de Arantzazu, asomado sobre un empinado barranco, y que es uno de los principales exponentes del tándem formado por Oteiza y el arquitecto Sáenz de Oíza. Cuenta la leyenda que un pastor llamado Rodrigo de Balzategi se le apareció a la Virgen sobre un espino y éste, asombrado, le preguntó: “Arantzan zu?” (¿Tú en un espino?). Arantzazu es en la actualidad un lugar de devoción y peregrinación tanto espiritual como artístico.

Hay mucho que ver en Aizkorri. Quizás un buen comienzo sea empezar por una visita al centro de interpretación Aizkorriko Ataria. En el caserío Anduetza de Zegama se pueden descubrir todo tipo de aspectos relacionados con la cultura, la historia y el paisaje natural del Parque.

Sus encantos no se agotan en una primera subida a la cima; se puede gozar desde ángulos muy distintos. Uno de sus hitos más remarcables es el túnel de San Adrián, patrimonio de la UNESCO, y que forma parte del Camino Real y del Camino de Santiago. Por su mítica calzada han transitado peregrinos, comerciantes y reyes. En sus 70 metros de largo, el túnel cobija en su interior la ermita de San Adrián y que sorprenderá al montañero por su peculiar ubicación. Llegar hasta aquí no es tarea sencilla: se debe ascender por una elevada y escarpada ruta senderista en pendiente. Recordatorio: estamos en la sierra de Aizkorri, el techo de Euskadi.

“Pasé una noche durmiendo en

la cumbre del Aitzgorri, en

la ermita”

“He escalado los Alpes, los Andes y el Himalaya. pero ahora disfruto lo mismo por aquí”