De Nobel a Confucio
oSLO debería ser hoy escenario de entrega del Premio Nobel de la Paz al escritor y activista en defensa de los derechos humanos Liu Xiaobo, a quien el Gobierno chino mantiene preso desde hace 11 años. China ha reaccionado presionando a numerosos países para que boicoteen la ceremonia y 18 han aceptado ese sumiso papel. Son Rusia, Kazajistán, Colombia, Túnez, Arabia Saudí, Pakistán, Serbia, Irak, Irán, Vietnam, Afganistán, Venezuela, Filipinas, Egipto, Sudán, Ucrania, Cuba y Marruecos. Con todo, lo peor es la actitud disciplente y temerosa de la Unión Europea, que lejos de denunciar la ausencia de derechos y libertades que impone el régimen burocrático chino a sus ciudadanos y respaldar los valores democráticos de la lucha de Liu Xiaobo prefiere eludir cualquier enfrentamiento diplomático con el gigante asiático y pasar de puntillas sobre todo ello enviando una delegación de segundo orden a Oslo. Es cierto que el Nobel de la Paz ha sido concedido a matarifes como Kissinger, Sadat o Begin y eso ya desprestigió hace años su valor original. O que el año pasado recayó en Obama casi al mismo tiempo que las tropas de EEUU y la OTAN en Afganistán protagonizaban nuevas matanzas de civiles. Pero también ha habido personas como la birmana Sun Kyi o Nelson Mandela que lo recibieron igualmente por su defensa de los derechos humanos. A China le ha sentado tan mal este Premio que incluso se ha inventado el nuevo galardón Confucio para la Paz -cuyo destinatario lo ha rechazado- como intento de contrapropaganda. Pero el ridículo no es sólo de Pekín. Más aún cuando se conmemora hoy el Día de los Derechos Humanos.