Síguenos en redes sociales:

La tela de araña

aveces pienso hacia dónde vamos con este mundo que hacemos. Veo a las familias, a muchas personas desdignificadas, desposeídas, relegadas a la mendicidad y a la compasión.

Veo a gentes en sus trabajos aguantando tralla, callando, tragando muchas cosas, con miedo, temiendo hasta el pensar que tal vez mañana podrían pasar a formar parte de los apartados del sistema, de los desahuciados.

Veo a los verdugos y a las víctimas, veo convertidos unos en otras. Veo la impotencia entre los hombres y la potencia de lo inhumano.

Pienso hasta qué punto merece la pena seguir sustentando este sistema cuando todo se convierte en nuestra propia cárcel, todo en lo que creímos y por lo que luchamos se convierte en una pequeña celda, un oscuro calabozo separado de la vida.

Cuando todos los valores que abandera la democracia se desvirtúan en palabras carentes de sentido: la justicia, la igualdad, la libertad, cuando se diluyen ante el poder de la dictatorial tiranía del dinero?

Veo esclavos, muchos esclavos, muchas víctimas y verdugos que se tienen que justificar todos los días para poder seguir así: con orejeras para no ver y con las manos atadas para no hacer.

Igualdad, qué bonita palabra. Habla de fraternidad, de equidad, habla de respeto, habla de complicidad, de compartir, de comunicar.

Justicia, palabra dura, dura como una maza en manos de la ley del embudo, pero palabra tierna cuando alguien tiende la mano a otro, palabra que habla de clemencia, de protección al débil, al pequeño, al desamparado.

Libertad, palabra que habla de aspiración, de búsqueda, de camino, de plenitud y felicidad.

A veces pienso a dónde vamos con este mundo materialista, conservador, injusto y desigual. A veces pienso qué lamentable soledad nos separa en la era de las comunicaciones, de internet.

Qué silencio oculta tanta palabra reenviada.

Qué castillo frío e inhóspito hemos construido. Qué de todo para nada veo a cada paso, cuánta gente en la calle, cuánta vivienda deshabitada.

Qué tela de araña hemos urdido para caer en la propia red que antes el alimento nos procuraba.

La vida es una pantalla de televisión en medio de una casa. La vida se resume a un regalo de cumpleaños y una felicitación en Navidades. La vida se convierte en un callejón sin salida en medio de la gran ciudad, o un callejón sin salida en un apartamento con vistas a la mar a pie de playa.

Me pregunto si no será intempestivo escribir estas cosas con nocturnidad y alevosía recién pasadas las Navidades. Pensarás tal vez, lector, que soy inoportuno, deprimente y pesimista. Seguramente tendrás razón, seguramente nada cambiará si algo no surge, no emerge desde el fondo de nosotros mismos, que venga a dar sentido a las palabras, a todo lo demás.

Juan Pedro Santos