Ni zorras ni locas
COMO la mayoría de mujeres nacidas en los cincuenta vengo de una familia católica practicante, educada en colegios católicos y vinculada unas veces más, otras menos a grupos religiosos o con la parroquia del pueblo que me vio nacer, Puente la Reina. Hace unos siete años llegó un sacerdote como responsable de la parroquia, y no se puede decir que entró con muy buen pie, ya que todo el pueblo recibimos un anónimo que no le dejaba bien parado, este inusual hecho y la total falta de conocimiento que tenía sobre él bastó para que contara con mi ayuda desinteresada, así comencé a trabajar en diversas labores parroquiales. Con el tiempo advertí incoherencias doctrinales que en un primer momento achaqué a diversas causas como crisis vocacional, pero que fueron a más, y como recomienda el Código de Derecho Canónico y los Santos Evangelios, con total respeto y en caridad fraterna fui advirtiendo al párroco de mi disconformidad. Como de nada sirvió, pasé a consultar con el obispo, actuando tanto ante el párroco como ante el obispo en conciencia, nunca desde otra intención.
Estas conversaciones tuvieron consecuencias, me vi envuelta en una campaña de descrédito y hostigación, además de una denuncia en el ámbito penal y petición de cuatro años de cárcel. Por mi osadía debería ser aplastada sin piedad para silenciarme. Así de la noche a la mañana por obra y gracia de un hombre de fuera y para más inri cura, haciendo mal uso del mal llamado poder que le confiere el sacerdocio, logró confundir y manipular a una amplia mayoría de gente que me conocía desde la cuna, me quería y hasta me admiraba, no en vano dos grupos políticos me han requerido en varias elecciones para ir en lista como persona con avalada credibilidad. La acusación fue revelación de secretos.
El Obispado puso a su disposición un abogado y el párroco me prohibió leer las lecturas en mi parroquia. (...) A medida que avanzaba la causa, recibí el siguiente aviso "estamos dispuestos a otorgarle el perdón siempre y cuando se disculpe ante el párroco por escrito" pero mi conciencia muy bien adoctrinada desde la teta materna lo tenía muy claro, ellos tenían el poder, yo la verdad. Al cabo de más de año y medio, y poco antes de que pusieran fecha para juicio, el párroco, en reunión del consejo parroquial el 20 de enero de 2011, admitió a preguntas de una feligresa que si iba a juicio no se podría ocultar el escándalo a los medios de comunicación y que no le quedaba otra que retirarse. Y así fue, y el caso fue sobreseído y archivado. Al párroco como suele ser costumbre en estos casos y para poner tierra de por medio lo han trasladado a otros pueblos de Navarra.
A la constancia de una mujer la tergiversan como despecho y a la determinación como obsesión, al cumplimiento del mandamiento "amarás a Dios" locura, al cumplimiento de "amarás al prójimo como a ti mismo" enamoramiento, al final todo vale con tal de silenciar malas prácticas que contravienen el código de derecho canónico, pues no señores, no estamos en siglos pasados, hoy una mujer casada, monja, divorciada o lesbiana, ejerce su derecho en todos los ámbitos, a una mujer con dignidad cualquiera no la puede insultar. (...)
En Puente la Reina se ha agraviado también a otra persona con gravísimas consecuencias como es la pérdida de un puesto de trabajo, ojalá se les ocurra algún acto de desagravio con reparación de daños; si la figura del Corazón de Jesús se lo merece, que menos nosotros. Las mujeres somos madres, esposas, compañeras, hijas, abuelas, nietas, hermanas, tías, cuñadas, sobrinas, primas, suegras, nueras, pero por el amor de Dios, señores eclesiásticos, no somos ni zorras ni locas.
"Los que insultan a las mujeres son hombres indignos que, habiendo conocido a muchas mujeres de mayor inteligencia y más noble conducta que la suya, sienten hacia ellas amargura y rencor". Cristina de Pisan.
Raquel Ciriza