Su bisabuelo Calixto era chamarilero, su padre José heredó esa inquietud por las antigüedades y a los hijos les pasó más de lo mismo. “Como decía mi padre, empieza con una silla y mil pesetas y termina con 1.000 sillas y cero pesetas. El problema del anticuario es ese”, se ríe Pachi Echarri, al frente del negocio que desde hace más de seis décadas cuelga el apellido familiar en el Casco Viejo de Pamplona. Primero en una bajera en el número 6 y hace ya medio siglo en el número 40. Siempre en la calle Mayor.
Una tienda de antigüedades que, ya en tiempos de Estudio 1 de Televisión Española, está vinculada a las artes escénicas y, sobre todo, al cine. “Desde los 70, mis padres proporcionaron material de distintas épocas a atrecistas de Madrid y productores, entre los que destacan Estudio 1 o las series de Curro Jiménez o El Empecinado. También se colaboraba con Valentín Redín, una figura importante del teatro en Pamplona”, recuerda Pachi. “Mi padre y dos de mis hermanos estaban derivados a la antigüedad, y la pasión de mi madre siempre han sido las ropas antiguas, que también ha habido producciones que le han cogido bastante ropa”, destaca.
La historia de Pachi Echarri y el alquiler de todo tipo de objetos para películas y series –con sus padres lo habitual era la venta– arrancó a finales de los años 90 con Secretos del Corazón, película de Montxo Armendáriz nominada al Oscar. Desde entonces, este anticuario ha alquilado material para más de 40 producciones de cine y televisión, labor que Pachi ha intensificado en los últimos años; La Conspiración, Vampire Academy, Handia, Ventajas de viajar en tren, El hijo del Acordeonista, Akelarre, La trinchera infinita, Irati, Bajo Terapia o las recientes Nina, Cristóbal Balenciaga o ¿Es el enemigo?, la película de Gila, figuran entre los filmes que, de una u otra manera –un hachero neogótico por aquí, un candelabro art déco por allá–, visten las producciones y llevan el sello de Antigüedades Echarri.
“Yo empiezo a tope de la mano de una persona muy activa en el cine vasco. Primero con La buena nueva de Helena Taberna, que se rodó en Leitza. Luego vino La Conspiración, de Pedro Olea, que se rodó aquí y tuvo muchas cosas curiosas. De la noche a la mañana se cayó un decorado de la iglesia donde se iba a rodar, y deprisa y corriendo hubo que montar un altar. ‘Oye, Pachi, ¿qué hacemos?’ ‘No te preocupes’. Se preparó todo el tipo de conglomerado para ambientar el altar, y en tiempo récord se llevaron las piezas para montarlas en una en la iglesia en San Sebastián”, destaca. Además, a raíz de ese vínculo con las producciones vascas y el aumento de rodajes en Euskadi, hace aproximadamente 10 años Echarri creó en Bilbao con socios colaboradores otro centro especializado en atrezo de cine, Nuevo Barroco. Todo nace en el número 40 de la calle Mayor.
En Antigüedades Echarri Pachi se sigue dedicando a herencias y coleccionismo, pero reconoce que “el tema del anticuario ha cambiado bastante. Ahora un anticuario lo tiene muy difícil para mantener un negocio con empleados, cara al público. No te puedes permitir el lujo de contratar porque requiere un trabajo, una inversión... y hay que ser realistas. Ahora la gente tiene casas muy pequeñas. Y los muebles y cosas que se vendían antes muy asiduamente, ahora la gente no los quiere. Cambia el chip”, dice. Por eso, también él ha cambiado su chip y ahora mira y compra las antigüedades con otros ojos... ‘Jó, qué bien quedaría esto en el cine’, se dice.
De igual modo cree “que el sector de las antigüedades y del arte podría dar una giro de 180 grados con unos cuantos influencers. Por ejemplo, en la última feria a la que fui en Madrid, había un chico que prácticamente trabaja en casa. Va a la feria, tiene todo vendido de antemano por las redes sociales y la gente va solo a retirar la mercancía. Es un sistema que ha cambiado radicalmente. Antes el anticuario era la persona que estaba a pie de tienda, venían los clientes...”.
Reconoce que el suyo es un negocio “muy sacrificado y altruista. Yo tuve la suerte de que al principio conocí a gente magnífica con las que todavía tengo esa relación comercial y de amistad, y fueron los que me introdujeron en el cine y me ayudaron”. Tiene muy claro que en las películas “somos los últimos monos” y rara vez le toca intervenir en un rodaje. Cuando sucede, le gusta “estar en el ajo. Y procuras estar ahí echando una mano y haciendo esa labor que es bonita”. Por último, asegura que “ahora mismo hay una corriente fuerte en el norte, con gente muy buena en el cine vasco, a la que le gusta que el objeto se palpe. Y el director de arte, el que tiene el sentido del cine, quiere que ese objeto que ha dado vida y sigue teniendo vida, esté dentro de la película. Que sea algo más. Se está recuperando la esencia del teatro”, dice.
Y aunque “a la hora de tirar números, si miras a cuánto sale la hora no compensa”, seguirá con su anticuario de cine. “Es una pasión. Te gusta y además continúas la labor de la familia”.