No podrán arrebatarnos jamás nuestras ansias de volar, nuestras ganas de luchar por aquello que anhelamos. No podrán arrebatarnos jamás todos nuestros sueños y todo aquello que adoramos. No podrán arrebatarnos la sonrisa ni el amor hacia la vida. Ni podrán arrebatarnos, a las espaldas, nuestras alas frágiles de mariposas dormidas. Somos hijos de la madre libertad. Nuestras poesías volarán lejos a través del viento sureño. Cruzarán océanos inmensos hasta llegar al clamor de todo un pueblo. Y se mecerán las hojas verdes de los álamos milenarios, encrespados hacia el cielo, al escuchar el sentir de todo un pueblo. Viejo y humilde pueblo sureño, de tu desierto y de mi desierto. Mientras, nuestras almas cautivas, como águilas rojas sin miedo a ser heridas, alcanzarán cumbres elevadas, las cumbres más blancas bajo los cielos de Asia.
Jamás podrán esclavizar las alas de todas las mariposas blancas, hermanadas. Mariposas escondidas, ocultas bajo las noches dulcemente estrelladas. En las ciudades durmientes, bajo los puentes de Occidente, las calles serán nuestro albergue, nuestro refugio y hogar caliente. Dulce hogar, refugio cálido, lecho floreciente... Y a fuego lento, escritas con tinta de sangre nuestras poesías al alba. Versos cantados al alma serán grabados en la memoria histórica de nuestro pueblo, agitando eternamente sus frágiles conciencias. Conciencias cautivas, engarzadas en cristales de diamantes de sangre, enjauladas en prisiones con cadenas doradas. Jaulas de mármol y oro fino serán sus cárceles eternas. Y los hijos de la libertad, en un arco iris solidario, se abrazarán unidos por los vientos cálidos de la paz.
Somos hijos del sol naciente, de Oriente a Occidente, que alumbra nuestro frágil caminar. Somos hijos de la luna cautiva, que ilumina sus noches tristes y oscuras. Somos hijos del mar, sirenas dulces cautivan y atrapan nuestra esencia, nuestra pasión por soñar imposibles, sueños rotos de azahar. Sirenas hechizadoras con sus cánticos por la paz. Somos navegantes, piratas de la dama libertad. Descubriremos tesoros ocultos en el alma humana, en cada instante que reverbera el silencio dormido. Sentimos cada palabra, albergamos dulces sueños y esperanzas. Alumbramos el misterio de la noche con la lumbre de la esperanza. Esperanza en un mañana donde el hijo del sol libre de la esclavitud vuelva a abrazar nuestras almas. Alumbramos el misterio de la noche con la lumbre fatua de la esperanza. Somos hijos de la libertad, eternamente, del sol naciente, de Oriente a Occidente. Nacimos de la luz blanca con alas de gaviota blanca. Y cerraremos las jaulas doradas de la esclavitud humana con nuestras poesías al alma.
Somos banderas blancas de la paz silente. Lloramos eternamente por los hijos perdidos, asesinados, lloramos eternamente por los hijos benditos de tu vientre. Lloramos eternamente, desconsoladamente por la violencia obstinada y por la esclavitud de Occidente. Lloramos sin lágrimas saladas, sin derramar una sola palabra? Nuestros corazones sangran, sangran cascadas de lágrimas rotas, vacías en un saco perdido, en ese abismo profundo de la eternidad consciente. Sangran cascadas de lágrimas y lava hasta las raíces profundas de tu propio ser. Somos hijos de la libertad, nuestra única arma es la solidaridad en este mundo irracional e irreal, lleno de espejismos baratos y enorme superficialidad. Espejismos superfluos, carentes de humanidad. Y alzaremos unidos nuestras voces al viento, con el corazón encogido en el pecho, latiendo compasado hacia el sentir de nuestra eterna madre libertad.