Recientemente hemos sufrido la muerte de Blanca Esther a manos de su pareja. Un acto grave e irreversible de violencia de género. Como toda violencia, es el resultado de una gestión nociva de las emociones, de lo que Goleman llamaba “secuestro emocional”. En algún momento de nuestra vida las personas podemos, quizá, experimentar prontos emocionales de graduación diversa. Afortunadamente, nuestro raciocinio se impone en la mayor parte de los casos y conseguimos salir del pronto sin ejercer violencia.

El desarrollo del cerebro en la especie humana se podría resumir, grosso modo, en tres fases. La primera, la del cerebro básico o primitivo que compartimos con los reptiles, supuso un avance importante respecto a nuestros ascendientes, los anfibios. Asienta en zonas profundas y bajas de nuestro cerebro actual y gestiona necesidades básicas (supervivencia, territorialidad, procreación, hambre, sueño, conductas rutinarias y reacciones instintivas). En una segunda fase y recubriendo anatómicamente al anterior, se fue formando el cerebro que compartimos con los mamíferos y que esta configurado por el sistema límbico, que a su vez contiene una serie de estructuras subcorticales asociadas a procesos emocionales y motivacionales. Entre ellas, la amígdala cerebral media el mencionado secuestro emocional.

En la tercera fase, propia de mamíferos modernos y primates, se fue formando la corteza cerebral que recubre los dos cerebros anteriores. Los humanos hemos experimentado un mayor desarrollo de sus áreas córtico-frontales, asociadas a la capacidad de pensar, analizar, aprender, generar cultura, ciencia, tecnología... Estas áreas participan en nuestra capacidad de graduar los prontos emocionales mediados por la amígdala cerebral, y nos ayudan a evitar que se traduzcan en violencia. Sin embargo, nuestras simpatías, antipatías, nuestros pensamientos, prejuicios, ideologías, etcétera, han venido condicionando nuestras emociones y nuestra conducta a través de las conexiones cerebrales entre nuestros tres cerebros. Por ello, es fundamental el compromiso personal de observar nuestras emociones, nuestras reacciones a las mismas, analizar los miedos, los pensamientos, los prejuicios, etcétera, que las sustentan y poder así ir reduciendo, desde el entendimiento, los prontos emocionales y el riesgo potencial de secuestro emocional, que en algunos casos, llega desafortunadamente a desatar la violencia. Difícil, pero posible. Nuestro cerebro, suficientemente evolucionado, nos puede acompañar en nuestro aprendizaje a lo largo de toda la vida, modelándose a su vez, de acuerdo a nuestros valores y conductas.

La autora es doctora en Neuropsicología