Rato quizá vaya a la cárcel en breve -el Tribunal Supremo debe decidir más pronto que tarde sobre su recurso a la condena de 4 años y ocho meses por el caso de las tarjetas black-, pero aprovechó su comparecencia en el Congreso en la comisión que investiga la crisis financiera, al menos en teoría porque el formato pactado por PP, PSOE y Ciudadanos la ha convertido en un foro inútil, para expandir en público toda su prepotencia. Con una chulería propia de quien se siente impune, faltó el respeto a los diputados que le interrogaban, se mostró como una víctima más del sistema especulativo del neocapitalismo y arremetió con dureza contra Zapatero y el ministro De Guindos, a quienes responsabilizó del hundimiento de Bankia y del alto coste -60.000 millones de euros-, del rescate bancario español. A Rato se la trae todo al pairo. Defendió su gestión como ministro de Economía y vicepresidente del Gobierno de Aznar y su papel como presidente del Fondo Monetario Internacional, ese pozo de miseria ideológica e inmundicia económica. Y señaló a todos los demás como responsables de la burbuja que llevó al desastre financiero en el Estado español. Su representación careció de la más mínima autocrítica y acusó al Gobierno de Rajoy y al PP, partido al que perteneció y del que fue alto dirigente durante 30 años, de amañar una campaña para acabar con él y emplumarlo en la cárcel. Sin tapujos, tipo venganza mafiosa. Rato está involucrado en tres procesos judiciales -entre otras acusaciones, fraude fiscal, apropiación indebida, blanqueo de capitales, tarjetas black, estafa a inversores y quiebra de Bankia-, pero mantuvo esa actitud soberbia y arrogante propia de quien se sabe todavía un jefe de esa enorme trama de corrupción, descaro e impostura que es la política española. Todo un síntoma.
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