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Javier, historia de un taxista

Javier es taxista. Está casado y es padre de dos hijas. Trabaja seis días a la semana. De martes a viernes sale por la mañana después de desayunar con la familia, aparca el coche para comer una hora y media y, luego, por la tarde, alarga la jornada hasta el tren de Madrid de las 22:45. Para cuando llega a casa su mujer dormita en el sofá. La habitación de las chicas está cerrada. Y suspira por no llegar a tiempo de darles las buenas noches. El sábado, aunque se le pegan las sábanas, aprovecha el día para salir a trabajar un rato antes de encarar la noche. La madrugada es una fuente de ingresos imprescindible para ahorrar. El dinero irá destinado a pagar la matrícula de Ana, su hija mayor, que estudiará Medicina. Esto le enorgullece. Tampoco se olvida de Irene, la menor, que estudia en Secundaria y sueña con dedicarse a la música. Javier se compara con un corredor de fondo. Por eso, el domingo por la tarde, en su maratón diaria, arranca de nuevo el motor de su vehículo.

Javier y su familia se escaparon el año pasado una semana a Cantabria. Fueron sus únicas vacaciones. Durante los tórridos días de agosto le gusta pegarse un baño en la piscina municipal de su barrio cuando la ciudad duerme la siesta. Es uno de los placeres que se permite. El escaso tiempo libre lo dedica a su pareja y a sus hijas. Un café en el Taberna de la esquina o una cerveza en la Estafeta. Teme que la rutina y el no verse con Ainara, su esposa, acabe con la relación.

Javier compró su licencia de taxi a la Administración en 2006. Salió a subasta a partir de 100.000 euros. Después pagó las tasas correspondientes, el seguro de responsabilidad civil de 50 millones de euros que exige la ordenanza de Mancomunidad y el coche nuevo. Pero mereció la pena. Recuerda su primer día al volante. El sudor de las manos. El hormigueo del estómago. El miedo a meter la pata.

Hoy Javier es un veterano. Ama su trabajo porque nunca sabe cuál será el próximo destino. La incertidumbre le mantiene vivo. Javier siempre viste con camisa de cuadros y continúa con la misma costumbre antes de salir de casa: mientras espera el ascensor se perfuma las muñecas. En el taxi se dirige a los pasajeros con educación. Se esmera en el trato con cada uno de ellos. Tiene a mano unos caramelos de menta que los ofrece cuando a un cliente le da un ataque de tos. La mayoría de las personas le agradecen su amabilidad. Los espléndidos le dan propina.

Sin embargo, Javier lleva unos días decaído. Sin ánimo. Sonríe a los clientes con una mueca forzada. Ha visto con preocupación qué está ocurriendo en el sector y se siente contrariado porque él ni es un trilero ni un mafioso. Intenta apartarse de la intoxicación informativa. De la gente que en las redes sociales se dedica a insultar. No alcanza a comprender por qué hay vehículos que, teniendo una autorización diferente, hacen de taxistas. Fuera de la legalidad. Tampoco la incongruencia de las grandes multinacionales, que se desligan del sector al que tachan de anticuado, pero trabajan de forma similar.

Estos días Javier piensa en las mentiras. Las que más le han dolido han sido las de algunos políticos. No es ingenuo y sabe que en una sociedad tan polarizada los partidos buscan pescar en río revuelto. Aún así le fastidia darse de bruces con la realidad. Y le entristece que no haya consenso en torno a un servicio público porque, entiende, el taxi no mira las siglas.

El domingo pasado cuando apagó la luz de la mesilla Javier apretó los dientes de rabia. Le rondaba en su cabeza la preocupación de los compañeros de otras comunidades y se preguntó qué pasaría en Pamplona. Estuvo la noche en vela. Se reconoce, como el resto de autónomos y trabajadores, al límite de sus fuerzas porque los meses sin descanso pasan factura. Pero la vida real apisona cualquier atisbo de lástima.

El lunes ?su día de fiesta que aprovecha para ir al banco, cocinar junto con su mujer y recoger a Irene del cole? lo pasó rumiando. Inquieto. Tampoco pudo disfrutar de lo que más adora en la vida: desayunar con su familia. Le tocaba revisión del taxímetro: 95 euros por realizar una prueba de apenas media hora. A pesar de las adversidades, Javier confía en la buena voluntad de las personas para solucionar los problemas.

* Javier es un personaje ficticio cosido con retales de la vida real de varios taxistas de Pamplona. Conductores que luchan cada día por sacar adelante a una familia desde la humildad y el trabajo bien hecho.

El autor es responsable de Comunicación de Teletaxi San Fermín