Las apariencias engañan
Hace unos días me dirigí, con mi cuñada y mi hermano, hacia un bar de lo viejo a ver un concierto. “Tenemos que sacar dinero”, me dijeron antes de llegar. Como no encontraban un cajero de su banco, al final optaron por sacar en otra entidad en el paseo de Sarasate. Ellos entraron y yo me quedé afuera esperando. Dentro había dos yonkis conversando. En el suelo, cartones y unos roídos sacos de dormir. Observé de reojo que una chica se abalanzaba sobre mi cuñada y ésta le decía, alzando los brazos, “déjame tranquila, que solo quiero sacar dinero”. Otro yonki, que estaba sentado y cubierto por una manta, se levantó y le dijo algo a mi hermano, pero no le hizo ni caso. Para entonces, ya había introducido la tarjeta en el cajero automático y esperaba a que le diera los billetes. Entonces entré de brazos cruzados a ver qué ocurría. La chica, la yonki, hablaba medio llorando intentando hacerse oír. Mi hermano se giró y dijo entonces que se le había tragado la tarjeta la máquina. Juró y perjuró, tratando de encontrar con su móvil el teléfono de asistencia de la entidad bancaria. La chica insistía y entonces le escuchamos: “Te estaba diciendo que el cajero no funciona y que no metieras la tarjeta. Lo mismo le he dicho a todos los que venían antes? 24 en total, a los que avisé del problema pero no me hicieron caso y cuyas tarjetas se tragó el cajero, 24 chaval, 24”. Nos quedamos allí, menguándonos segundo a segundo. Mi cuñada se disculpó y le dio un abrazo y estuvimos hablando con ellos un rato. Entonces entró otra persona. Fue directa al cajero y le avisamos justo segundos antes de que cayera en aquella trampa de máquina averiada. La chica tenía los ojos llorosos, cansados de avisar a todos los que entraban. Nadie le escuchaba. Era una mujer invisible a la sociedad.
Muchas veces vamos por la vida enfrascados en nuestra nebulosa mental o digital sin escuchar a los demás, cubiertos por prejuicios, hasta que éstos nos estallan en la cara y nos damos cuenta que las apariencias engañan. Dice un proverbio árabe que si un hombre te dice que te pareces a un camello, no le hagas caso. Si te lo dicen dos, mírate en un espejo.