ue no hay solución para la situación que vivimos sin ciencia es algo tan obvio que no haría falta decirlo. Ahora bien, en estos meses hemos escuchado muchas veces esa idea de que la ciencia nos salvará de todo mal, y conviene explicar que no es para tanto, más bien todo lo contrario. Lo estamos viendo estos días de segunda ola: no es la ciencia la que tiene que decir qué hacemos, sino las políticas públicas, el compromiso ciudadano, el conjunto de una sociedad donde, reconozcámoslo, todavía nos cuesta asumir la nueva situación en la que estaremos viviendo durante más tiempo del que nos parecía. Hace años, Carl Sagan, ese divulgador que fue prime time en los años 80, cuando la tele todavía aguantaba un poco de conocimiento, hablaba de la ciencia como una vela en la oscuridad, frágil ante los vientos de la oscuridad y la anticiencia. Era una metáfora a la que muchos nos aferramos, pensando que poner un poco de ciencia en la vida diaria conseguiría mejorarnos y separarnos del pensamiento mágico y del engaño interesado.

Ahora no soy tan optimista: la ciencia es considerada aún como una de las actividades críticas para asegurarnos el futuro, pero nos preocupa poco en el día a día, no lucharemos (porque nunca lo hemos hecho) por dotarla de fondos y, para colmo, en cuanto se ve que en una situación de crisis los científicos tampoco pueden aportar las certezas que se demandan, porque la vida es así de compleja y de chunga. No hace falta más ciencia: ya va adelante, intentando comprender la magnitud de la situación a la que nos enfrenta este virus. Pero no es la panacea: los retos son, como lo eran antes de la pandemia, los de gobernar una sociedad con demasiadas injusticias, poco solidaria y sometida a los intereses del capital. Eso no lo arregla la ciencia, es la política, estúpidos.