a memoria del odio. Así percibo los signos públicos de lesa humanidad: invasiones, guerras, ocupaciones, dictaduras, terrorismo, racismo, xenofobia. Monumentos, monolitos, placas, callejeros, centros y actos conmemorativos, nos recuerdan episodios nacidos del odio. Los hacen presentes. Exacerban el recuerdo colectivo. Avivan heridas y dolores. Perpetúan las fobias. Consagran los resentimientos. No ayudan a la empatía; a lo sumo con la causa que se hace propia. Quizá sobren del paisaje. Esas historia es mejor conocerlas que consagrarlas. Verdad, justicia y reparación: tres quimeras en aras de una improbable reconciliación para la convivencia. Placebo institucional como terapia social. Teatro del absurdo. Cada narrador tiene su verdad. La justicia carece de condiciones objetivas, intrínsecas y circunstanciales, para ser justa. Las propias leyes se lo impiden. La reparación económica representa un bálsamo para el silencio. Y para víctimas reconocidas, que no todas lo están. La persistencia del odio se manifiesta a diario. En la memoria, en las ideologías, en los debates, en la dialéctica política. En la toma legal e ilegal de las calles. La gestión del odio, sutil o grosera, forma parte de las cuentas electorales. Los homenajes, incluso tardíos, constituyen reparación moral o hiriente revancha, según el lado de las vigentes trincheras. El Gobierno foral trabaja en el borrador de un Plan Estratégico de Convivencia, de cuya elaboración Navarra Suma y algunas organizaciones afines se han borrado. Confirmación de las trincheras. El Plan aborda el "reto de la convivencia" desde una perspectiva "abierta, integral y transversal". Abarca campos como la "diversidad cultural, sexual y de género, el pluralismo religioso y laico, o los fenómenos derivados de la inmigración". Entre sus ejes, la construcción de la memoria crítica e inclusiva y las instituciones como referentes para la convivencia. Una pretensión ingenua. Plan Candor.