Me imagino a cualquier hombre intentando hacer sentadillas para apuntar dentro de la letrina, apoyado en unas paredes llenas de mugre. Esto se complica aún más cuando el váter está a una altitud que no es la estándar y se encuentra a una altura mayor de la habitual. No sé si quien inventó esto creía que nos hacía un favor y garantizaba la accesibilidad, pensando en aquellas mujeres más mayores que tienen dificultades de movilidad. De poco nos sirve que el váter sea más alto para poder sentarnos cómodamente, si nadie garantiza que puedas mear tranquila sin pillar, como mínimo, una infección de orina. Porque, no, señores, la mayoría de las mujeres no se sienta en el váter de un bar, y quien lo hace es porque no le queda otro remedio.
Cuando lo hablo con mis amigas, les digo: ¿de verdad es tan complicado poner un dispensador con un desinfectante que nos permita limpiar el inodoro cada vez que necesitemos utilizarlo? Tengo bastante claro que, si fueran ellos los que tuvieran que sentarse, esta movida ya estaría resuelta.
Así que nada, brazos a los lados, cuádriceps cuadrados y a apuntar. ¿Se imaginan llenándose el pantalón, las bragas y los zapatos de orina cada vez que utilizan el sanitario de cualquier establecimiento? Sí, señores, esto nos pasa y nos pasa a nosotras. A nadie parece importarle. Qué hacemos o dejamos de hacer con el bolso da para otro artículo.
Otra aventura que experimentamos las mujeres es cuando necesitamos limpiar nuestra copa menstrual. Sí, ese invento (que, para quien no lo sepa, nació en el siglo XX, aunque su uso se ha popularizado en las últimas décadas) que nos facilita la vida a las mujeres cuando tenemos la regla, y que, además, frente a otros productos de higiene menstrual, nos protege de infecciones y de pérdidas indeseadas. ¿Saben cuántos baños tienen lavabo incorporado para que cualquier mujer pueda limpiar su copa en intimidad? Casi ninguno. La mayoría están fuera del espacio individual que contiene el váter, lo que nos obliga a no cambiarnos, aun a riesgo de tener un desbordamiento, mancharnos y tener que retirarnos a casa. Otra expulsión de los espacios por no adaptarse a las necesidades específicas de las mujeres. ¿A ver si ustedes se piensan que con poner una papelerita, que rara vez se vacía o limpia, para que podamos tirar los tampones y compresas usadas es suficiente? Actualícense. Alguno estará leyendo esto sin ni siquiera saber qué es una copa menstrual, ni mucho menos cómo se utiliza. No, señores, esto no es desconocimiento; es desinterés, es ignorancia y es una expresión del machismo.
Las mujeres somos la otredad en todos los sentidos de la palabra, y por supuesto, esto también se refleja en la falta de cobertura de nuestras necesidades. Sí, también en los baños.
Igualdad, dicen. No son lujos ni favores. Son derechos básicos que nos permiten ocupar los espacios que también nos pertenecen con dignidad. No hay excusas. Queremos baños que no nos enfermen y que no nos humillen. Mientras tanto, seguiremos haciendo acrobacias olímpicas para mear. Pero que esto no se les olvide: también desde ahí estamos cambiando el mundo, y cuando sea nuestro, esto no lo olvidaremos jamás.
La autora es graduada en Trabajo Social, experta en violencia de género y agente de igualdad