La soledad no deseada es peor que cualquier enfermedad. Así lo aseguraba recientemente el presidente de la nueva plataforma estatal que se ha creado de personas mayores y pensionistas con el objetivo de reivindicar sus derechos y también para buscar soluciones a problemas como éste a través de la creación de una Mesa de la Soledad. Según el INE, hay 2,3 millones de personas en situación de soledad. Y es así de real. Contra la enfermedad, contra el dolor y el declive del cuerpo hay pastillas, antídotos y cada vez más tratamientos pero para el dolor que produce la soledad no hay nada. Y eso es terrible porque significa, admite su presidente Ángel Rodríguez, que te puedes morir solo sin que nadie lo sepa. Y quien dice mayores dice también personas de cualquier edad que por múltiples razones no tienen a nadie que les acompañe en momentos en los que la vida, por un accidente o por una enfermedad grave, te deja tirada. Y hay que ponerse en su lugar. Y valorar también que es un privilegio y un orgullo saber que la gente a la que quieres te tiene cerca cuando sufre. A título personal la experiencia que he vivido y vivo este verano-otoño en la habitación 223 y 216 de la planta de Oncología del CHN está siendo absolutamente enriquecedora. Y más en concreto asistir al nacimiento de una comunidad de personas formada por familiares y amigos de una persona con cáncer metastásico. Gente de diferentes pelos pero absolutamente maravillosa a la que apenas conocía, personas que se despiertan cada día queriendo saber cómo ha desayunado la jefa de la tribu, que se deja la piel por apoyar, cuidar, luchar, abrazar y, lo que es más importante, dar esperanza. Sólo cuando vives algo así en momentos muy difíciles te das cuenta aunque parezca paradójico de la verdadera belleza de la vida, cuando esa existencia está empujada en momentos duros por gente con un coraje, una entereza y un corazón que hacen que cualquier otro problema sea minúsculo. Eduardo, Marta, Eva, Natalia, Leti, Soco, Cristina, Anne, Baba, Patxi, Anne... son algunos miembros de esta tribu a la que me uní en su momento. Ese amor incondicional, esa energía que transmiten es más fuerte que ningún tumor. Pase lo que pase hay un grupo de personas que han cambiado a otras personas (me enseñan muchísimo de tu propia fragilidad humana) y han transformado también a una parte de la sociedad porque la han hecho mejor, y están preparadas para seguir luchando por otras personas que lo necesiten a cualquier nivel. No hace falta que sea familiar directo.
Esta semana se me encogía el corazón comprobar que profesionales de Educación están viendo crecer entre chavales y adolescentes de colegios pensamientos suicidas. Necesitamos que estos chavales tengan precisamente referentes de personas solidarias que están dispuestas a construir un mundo mejor para las próximas generaciones con sus acciones, su entrega y su ejemplo vital, y que todo ello les de sentido a su vida y les ayude a superar pensamientos autodestructivos. Yo les presentaría a mi tribu.