o tengo ni idea si como dice ahora la Organización Mundial de la Salud (OMS), la variante ómicron es ya la puerta definitiva abierta al final de la pandemia -no de la presencia del coronavirus-, en la Unión Europea. Otras declaraciones previas con dosis de euforia han acabado siempre en fiasco. Ya no me fío mucho -nada más bien-, de la propaganda tranquilizadora que emana un optimismo de intereses políticos más que real. Tras seis olas, una sucesión de tropezones en la misma piedra de la covid-19 y varios viajes de ida y vuelta a la anhelada vieja normalidad es inevitable observar y analizar todos estos pronunciamientos desde la distancia de, al menos, cierto escepticismo. Lo que sí veo es que el paso de la pandemia sanitaria está dejando a su paso un rastro de desolación y altos costes humanos propio de cualquier desastre o catástrofe. Una creciente percepción de caos social que acompaña a una serie de cambios profundos en el modelo socioeconómico y político que de la mano de la inestabilidad que ha generado la pandemia están transformando la convivencia social y también el orden internacional en todos sus ámbitos. La inestabilidad y la amenaza de guerra en Ucrania en este momento no es más que otro síntoma de todo ello. Una sociedad confusa por la conjunción de ambos elementos: el cansancio de una pandemia sanitaria persistente y la llegada, casi de tapadillo, medio ocultas tras las andanzas del coronavirus, de una sucesión de grandes transformaciones que se van imponiendo en nuestras vidas sin que apenas percibamos de dónde llegan y hacia dónde nos llevan. Se me ocurre, por ejemplo, la aparición del teletrabajo y las consecuencias que puede tener quizá en un regreso disimulado y progresivo de la mujer a la exclusividad del hogar. O todos los retrocesos en el sistema de derechos laborales. Es solo una reflexión. Todo ese cúmulo de cambios sociales es igual de visible en nuestra realidad más cercana. Sin ir más lejos, el sistema público de salud, que era y sigue siendo creo uno de los pilares del sistema de protección e igualdad de Navarra, ha respondido a la pandemia, pero también ha mostrado en todo su alcance las carencias estructurales que ya venía arrastrando de tiempo atrás. Es imprescindible una honesta reflexión política, profesional y económica sobre todo ello. Porque las debilidades de Osasunbidea son también las debilidades del modelo de bienestar de Navarra. De hecho, no se trata únicamente de los déficits del sistema sanitario de Navarra, sino de abordar los problemas que muestra el sistema de convivencia actual de Navarra y adelantarse en la toma de decisiones para buscar salidas y soluciones novedosas que permitan a Navarra hacer frente a la metamorfosis global que parece avecinarse cada vez de forma más rápida. Hay potencialidades, recursos económicos, cualificación profesional y valor humano, pero es también necesario añadir voluntad de dejar de la lado la autocomplacencia y los extremismos ideológicos inútiles para visibilizar el presente que ya viene y priorizar la toma de decisiones hacia esos retos cuya superación es imprescindible para garantizar un futuro esperanzador a las nuevas generaciones.