acemos asociaciones constantemente. Así, es posible que nos cueste asociar PP a “puro y pulcro”, y más aún con todo lo que está ocurriendo. Pero es pertinente reflexionar acerca de cómo estas asociaciones nos hacen percibir la realidad de formas diferentes. Por ejemplo, en Alemania las palabras “deuda” y “culpa” se pronuncian de la misma forma. Por esa razón es más doloroso pedir prestado, uno se siente, pues eso... se siente culpable.

La situación actual del Partido Popular nos lleva al típico amarillismo de esperar a ver cuándo dimite el presidente, quién le sustituye o cuál es la reorganización de la estructura del partido. Claro que estas cosas no sólo ocurren en el PP; basta recordar la situación pretérita del PSOE cuando echaron a Pedro Sánchez o la situación actual de Eusko Alkartasuna. Al fin y al cabo se trata de meras guerras internas de poder que tienen sus componentes morbosos pero no tienen mayor importancia real. Son cosas que pasan a menudo. No sólo en partidos políticos: empresas, asociaciones o incluso vestuarios de clubs deportivos tienen conflictos semejantes. Para evitarlos, hay dos opciones. Primero, una férrea estructura que cumpla el famoso paradigma: “el que se mueva no sale en la foto”. Segundo, un sistema con reglas claras y sencillas. En otras palabras, dictadura o democracia. Lo más adecuado es la segunda opción, pero como siempre se pueden reinterpretar las normas a nuestro interés (indicando, claro está, que lo hacemos “por el bien común”) el conflicto está servido. Para evitarlo, lo más socorrido en el mundo de hoy: el palo duro.

Cuando apareció el tema del espionaje del Partido Popular, un pesquero gallego se hundía en las frías aguas de Terranova, dejando varios fallecidos. Una situación dura y dolorosa que merecía más atención por parte de todos, en especial de los medios de comunicación. En primer lugar, deberíamos habernos ocupado más de los afectados. En segundo lugar, deberíamos debatir sobre la situación laboral de los trabajadores y el funcionamiento del mercado de la pesca. Tercero, plantear cuestiones de interés. ¿Cuánto dinero se gana? ¿Se puede minimizar el riesgo de accidentes? ¿Cómo se explica que se realice un trayecto tan lejano para poder realizar su trabajo? ¿Acaso los mares más cercanos están sobreexplotados? Sin embargo, nada de eso ha ocurrido. Es para pensar cuáles son los temas que nos preocupan: las peleas de poder en los partidos, la prensa rosa, el deporte, los sucesos y a vivir. De ahí viene el antiguo dicho de si son “galgos o podencos”; mientras nos lo planteamos, aparece un suceso mayor y observamos que el problema anterior era intrascendente.

Otra cosa es Ucrania, donde la invasión rusa nos hace pensar que las consecuencias del conflicto son ahora mismo imprevisibles. ¿Qué está pasando allí? La situación, que dista de ser pura y pulcra (salvo que definamos así la guerra) está muy clara desde el punto de vista occidental: Putin desee reverdecer el esplendor de la madre Rusia. Y si le dejan, no va a parar. Sin embargo, hay otras aristas.

Cuando se plantean otras visiones no se busca, desde luego, justificar una posible guerra. Se trata de comprender sus causas. En el lenguaje coloquial, por desgracia las palabras “justificar” y “comprender” se usan de manera indiferente y es un error grave, muchas veces interesado. Se supone que las provincias de Donetsk y Lugansk tienen más simpatía por Rusia. En pactos anteriores, se llegó al acuerdo de dotarles de más autonomía. Al parecer, el gobierno ucraniano no cumplió su promesa y fue dando largas. Insisto: eso no justifica la guerra. Es una excusa. Una guerra nunca se justifica; la mayor parte de las veces se vuelve a la situación anterior con la “pequeña” diferencia de los cadáveres que se han quedado por el camino, y a partir de ahí se vuelve a negociar. En nuestro caso, la cosa es más retorcida: algunos analistas piensan que esta guerra es útil para Biden, ya que así logra debilitar a Europa. El bloqueo del gaseoducto NordStream2 hará que nuestro continente compre el gas a Estados Unidos a un precio brutal, con lo cual la situación económica se torna más delicada.

Sí: el mundo es muy complejo. A las dificultades que tenemos para comprender en profundidad todo lo que nos rodea le debemos añadir una más: tendemos a simplificar la realidad ya que a nuestro cerebro le da mucha pereza archivar la inmensidad de información que recibe cada día.

Por eso nos cuesta admitir que el PP es puro y pulcro, vemos la pesca en alta mar como un problema lejano, en Ucrania el dictador ruso pretende reverdecer laureles, los inmigrantes sólo quieren robar (o sólo quieren trabajar, depende de cómo se mire).

Y sin embargo, lo único verdadero es que el mundo no es ni puro ni pulcro.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela