unto estas letras en mi cumpleaños mientras en el móvil se agolpan por igual emocionantes mensajes de quienes son tu vida misma con impersonales felicitaciones comerciales de pronta caducidad. El signo de nuestro tiempo globalizado y digital, donde uno es indistintamente familiar o amigo y potencial cliente incluso en domingo. Desde hace un par de años todavía un mundo más descomunal para sentirnos aún más frágiles, como susurra Antonio Vega en Lucha de Gigantes, la melodía que suena de fondo. Primero fue el coronavirus para poner nuestra existencia en el alambre, con secuelas patentes y otras por descubrir. Entre las primeras, las familias y economías diezmadas, así como los miedos elevados a pavores ante las reinfecciones y mutaciones que vendrán; entre las segundas, las enfermedades larvadas por declararse, físicas y mentales, más las repercusiones laborales en el marco de un orden económico patas arribas con un teletrabajo creciente. Después asistimos espeluznados a la lava de La Palma que tan adentro nos llegó aunque no haya un volcán hasta donde nos alcanza la vista. Porque nadie se halla a salvo de una catástrofe natural, más ante esta agresión permanente al planeta, para perder literalmente todo lo que no quepa en una furgoneta antes de salir pitando. O de que apareciera Putin para situar al mundo entero bajo la amenaza nuclear tras sojuzgar a la población rusa ante la indiferencia general, pese al encarcelamiento de opositores y el asesinato de periodistas. Un criminal ya antes de esta guerra provocada por el afán imperialista de un dictador salvaje que sabe perfectamente lo que hace y a qué precio. Terrible factura en términos de vidas humanas en Ucrania pero también energética, industrial, agrícola y a la postre social para todo el orbe y singularmente para Europa. La cuestión radica en qué queda de todas las certezas que pudiéramos albergar antes de esta concatenación de olas pandémicas, desastres naturales y antojos expansionistas de un aprendiz de zar psicópata. Y en que, ante semejante sucesión de calamidades, ahora se trata de anticiparnos a las desgracias que arribarán sin comerlo ni beberlo precisamente celebrando a la menor oportunidad con quienes más echaríamos de menos si nos faltasen. En definitiva, que a mayor percepción de vulnerabilidad más urgencia por generar instantes de verdadero disfrute, también con nosotros mismos en esa soledad gratificante que por momentos hay que saber encontrar. Como constata el gran Xabi, lo que se dice llenar los años de vida, no la vida de años. Y como quería vernos el enorme Battiato, danzando igual que los zíngaros en el desierto. O que los balineses en días de fiesta. Cuantos más de esos días mejor.

Se trata de anticiparnos a las desgracias que llegarán sin comerlo ni beberlo precisamente celebrando a la menor ocasión con quienes más echaríamos de menos