oco a poco han ido apareciendo en lo últimos días referencias cada vez con mayor espacio en los titulares de los medios a la posibilidad objetiva de una Tercera Guerra Mundial y a la obviedad de que en ese caso sería un conflicto nuclear. Lo dejó caer Biden apuntando a las relaciones entre Rusia y China y lo han ido insinuando otros dirigentes europeos y la ONU acaba de insistir en que esa posibilidad es real. Así, como sucesión de declaraciones de tipos importantes en la gestión de los destinos de la humanidad en este momento histórico del siglo XXI, sinceramente acojona mucho. Más que nada porque repasando el historial autodestructivo de la especie humana entra realmente dentro de lo posible. Y pensar y reflexionar sobre ello evidentemente da miedo. Mucho miedo. Aún así, confío en la otra cara del ser humano, la del negocio, el dinero y el poder. El belicismo político y el militarismo económico van de la mano. Se necesitan uno al otro para sobrevivir e imponerse a los intereses reales de las personas, que son los contrarios. Paz, estabilidad y bienestar. Y por eso mismo, me inclino por creer, quizá ingenuamente lo sé, que una Tercera Guerra Mundial tendría como consecuencia final acabar con ese inmenso negocio que son las guerras o las amenazas de guerras. Estos días ya se acumulan en fila ante todos los ministerios de Defensa de Europa los lobbies de las grandes corporaciones armamentísticas para vender nuevos, mejores y más sofisticados instrumentos de guerra para matar seres humanos y destruir sus medios de vida y sus espacios de convivencia. Eso es así, tristemente así, independientemente de la ilegalidad de la invasión de Ucrania. Es así como ha sido siempre así en todos los conflictos bélicos. De hecho, ya hay una orden de la OTAN para aumentar el gasto público militar en la UE que Sánchez se ha apresurado a cumplir sin más. Al fin y al cabo, ninguno de los que vende esas armas ni tampoco ninguno de los que deciden destinar miles de millones de recursos públicos de todos los ciudadanos para su compra tienen posibilidad alguna de ser enviados a primera fila de la carnicería humana que son todas las guerras. Ni sus hijos tampoco, claro. Hace poco se ha recordado el centenario de la Primera Guerra Mundial, una inmensa masacre que aún así se superó con creces apenas unas décadas después con la Segunda Guerra Mundial. He recordado estos días la estremecedora por realista película Senderos de gloria al tiempo que veo cada día la realidad de Ucrania: más muertos, más refugiados, más destrucción... Y como amenaza de fondo la Tercera Guerra mundial. No sé, espero que sea verdad que quienes tienen en su mano el botón rojo no estén dispuestos a matar a esa gallina de los huevos de oro que es la fabricación y venta de armas para matarnos unos a otros, pero sin matarnos del todo. Y que las referencias a la tercera Guerra Mundial sean solo eso, referencias para el tablero de juego diplomático con las que ganar posiciones en la partida de cara a un desenlace negociado final. Tampoco tranquiliza mucho, la verdad, pero da menos miedo asistir a un final nuclear.