l Mesón Martín de Zaragoza se ha hecho célebre por renegar de la ensaladilla rusa, rebautizándola como ensaladilla Kiev. La sandez particular ilustra el cacao general fruto de un cóctel de sobreinformación de garrafa con el maniqueísmo sin matices de esta sociedad infantilizada que mira la guerra sin ver sus muertos. Buena prueba de ese batiburrillo salpimentado de maximalismo estúpido la encarnan los rusos que nos circundan, obligados a proclamar a cada paso la evidencia de que Rusia no es Putin. Tan obvio como que una parte incluso mayoritaria de la diáspora rusa ha huido en realidad de la dictadura del exoficial de la KGB. Por consiguiente, nadie mejor que ese exilio puede entender al pueblo ucraniano, con el que además comparte lazos hasta familiares. De tan formidable revoltijo no ha sido ajeno el mundo de la cultura, sometido al boicot internacional masivo de quienes confunden a los oligarcas rusos con los artistas que callan porque si abren la boca se les purga al estilo bolchevique. Como si la guerra de Putin fuese cultural y no a tiro limpio, cibernética y económica, por este orden. Porque Putin es cualquier cosa menos impostor y sin embargo Occidente responde a su brutalidad con la farsa consistente en armar a los civiles ucranianos sin ni siquiera plantear el cierre de su espacio aéreo, desde el que llueven bombas sin parar. Así que mucha solidaridad declarativa, mucha dialéctica en defensa de los límites de la Vieja Europa, pero que palmen ellos.

Y mientras asumimos con naturalidad semejante contradicción, que nadie ose alertar del mal que en efecto anida en el Ejército ucraniano. Pues, igual que resulta un pretexto de lo más burdo la desnazificación con la que Putin pretende justificar su anexionismo criminal, cabe advertir de que contra Rusia se alinean unos 20.000 combatientes de ideología fascista o como mínimo ultra en las filas del antiguo batallón Azov. En origen un grupo paramilitar conformado en buena medida por nazis, surgido entre hooligans del Dinamo de Kiev y del black metal, y hoy un regimiento oficial integrado en la Guardia Nacional. Los nuevos conversos de la bondad por obra y desgracia de la atroz invasión de Ucrania, al nivel de Venezuela, Arabia Saudí o Emiratos Árabes. Esas petrosatrapías a las que ahora Estados Unidos les pone ojitos para compensar la falta de crudo procedente de Rusia, hasta 245 millones de barriles de oro negro y productos relacionados en 2021 (el 8% del total de las importaciones yanquis). Se llama hipocresía, la misma que por estos lares esgrimen con total desvergüenza los fariseos que vuelven a exigir un recorte de impuestos drástico y generalizado -no solo de la energía-, aprovechando que la inflación agujerea el bolsillo de una ciudadanía empobrecida casi un 10%. Como si el estropicio social de esta economía de guerra no necesitara de recursos públicos, por ejemplo para los ERTE que vendrán. Y es que la ensaladilla rusa sigue siendo rusa aunque le quites el gentilicio y la denomines Ensaladilla de langostinos y mayonesa de mango. Como el restaurante gaditano La Mirilla. De visita obligada para todos esos cortos de vista.