l otro día, con las noticias puestas, leía y mantenía una conversación por guasap. Algo que no se debe hacer si una valora en algo su equilibrio. Los tres estímulos presentaban una intensidad similar hasta que apareció el mapa en la pantalla. En rojo, Navarra y Madrid. El resto en verde, amarillo o naranja.

¿En qué aventajamos al resto de comunidades? Pues resulta que con un 20 % en Madrid y un 16 % en Navarra, encabezamos la clasificación de plazas de pediatría vacantes. Nada alentador. Busco referencias y encuentro la fuente, la Asociación Española de Pediatría en Atención Primaria, que denuncia que cerca de 600.000 niños, niñas y adolescentes en España carecen de un pediatra o personal médico asignado para su atención. El dato llama la atención si consideramos que atravesamos una etapa de baja natalidad. La AEPap explica que son plazas tan malas que están vacías; con consultas abarrotadas, donde el profesional está solo, a veces sin enfermera, en zonas rurales, con contratos precarios...

Yo tuve la gran suerte de contar con Merche y Lola, pediatra y enfermera, y ellas sí que contribuyeron a mi equilibrio. Asistieron al crecimiento de M, I y J y apaciguaron sobresaltos, como aquella vez que I se tragó un duro o cuando se bebió medio frasco de Dalsy.

Acompañaron la crianza. Atendieron cada gastroenteritis y cada otitis, dieron pautas. Se salía mejor después de verlas. He preguntado a los tres y dicen que eran de confianza y citan episodios concretos. J recuerda que una vez que le tocaba una revisión había un sustituto y no le hizo ninguna gracia, M apunta que conoció la transición del depresor lingual de madera al de plástico. Yo conté con ellas, con su accesibilidad y sus conocimientos y me parecía lo normal. Espero que vuelva a serlo.