ras dos años de secano, han regresado las fiestas de los barrios de Pamplona. La primeras que la pandemia impidió disfrutar y por tanto las primeras que han vuelto a nosotros son las de San Jorge. ¿Qué decir del tema? Recuerdo perfectamente la ilusión que a cierta edad tenían mis chavales y sus amigos por estar en todas y cada una de aquellas celebraciones. Empezábamos por las ya citadas y, entrado el otoño, la cosa acababa en Villava, si mal no recuerdo. Un largo periodo de idas y venidas por barrios y localidades cercanas, un calvario de juergas iniciáticas que muchos padres vivimos entre desvelos. Pero la covid todo lo arrasó y, sólo por eso, mereció la pena ver de nuevo a los mayordomos prender el chupinazo. Da gusto volver a la normalidad aunque nos hayamos pasado la vida despotricando de ella, da gusto ver a los colectivos de San Jorge trabajar voluntariamente en pos de unas fiestas plagadas de actos para todos, que incluyen la innovadora idea de convocar a los vecinos a vestirse con falda para expresar que la ropa no tiene género. Por contra, entristece y enfada la actitud del Ayuntamiento de nuestra ciudad que, como tenía por costumbre, no mueve un dedo en este tipo de iniciativas ni aporta recurso alguno. Hay cosas que no cambian ni tras una pandemia.