Se cumplen 10 años del principio del final del régimen político que controló Navarra durante dos largas décadas. El 12 de junio de 2012 la presidenta Barcina destituía de forma fulminante a su vicepresidente socialista Roberto Jiménez y ponía fin a la coalición entre UPN y PSN. Había durado apenas un año repleto de enfrentamientos entre ambos socios. Aquel fracaso también terminó con las trayectorias políticas de Barcina y Jiménez. En realidad, el Gobierno de coalición entre UPN y PSN -previamente UPN tuvo que deshacerse de su socio anterior CDN y romper su acuerdo electoral con el PP-, fue un intento desesperado para salvar un régimen que llevaba años mostrando síntomas de agotamiento. Los socialistas pagaban un alto precio por su residual papel de bastón de las derechas. Había sobrevivido bajo los paraguas de la bonanza económica y fiscal de aquellos años y el hartazgo social contra el terrorismo de ETA. La bonanza se acabó con las crisis de 2008 y de 2011 y ETA deambulaba hacia su derrota y desaparición definitiva. La realidad de la sociedad navarra también había cambiado y eso se estaba trasladando a las urnas como demostró la llegada de Nafarroa Bai en 2007. Pese a ello, los muñidores de los acuerdos entre UPN y PSN insistieron dando un paso más y llevando a los socialistas al Gobierno de la mano de Barcina. Todo lo que podía salir mal, salió mal. Además, en 2011, tras la ruptura total de Nafarroa Bai, apareció en el panorama político navarro Geroa Bai con Uxue Barkos al frente y logró revalidar su escaño en el Congreso. Un síntoma de que la dinámica de cambio social y político más acorde con la pluralidad real de Navarra y la transferencia de votos en los espacios electorales estaba ya mucho más avanzada de lo que los poderes fácticos que alimentaban, y se alimentaban al mismo tiempo, del aquel modelo político querían admitir. La expulsión del PSN del Gobierno dejó a UPN en minoría, pero Barcina se negó a adelantar las elecciones y condenó a Navarra a tres años de desgobierno, austeridad, recortes, inestabilidad, despilfarro y convulsión social que dejaron las arcas forales en ruina. Los comicios de 2015 fueron la puntilla a un régimen que había basado en la exclusión y el amiguismo sus principales cimientos. Llegó el cambio al Gobierno y a la mayoría de los ayuntamientos con Uxue Barkos como presidenta de Navarra y acuerdos entre las fuerzas progresistas, Geroa Bai, EH Bildu, Podemos e I-E. Un cambio que continuó en 2019 con la inclusión esta vez también de los socialistas, que tras el hundimiento de Podemos lograron la presidencia para María Chivite. Tras unas semanas de enfrentamientos y convulsiones entre PSN y Geroa Bai, las aguas del Gobierno parecen haber vuelto a su cauce. Queda trabajo legislativo importante por delante y las encuestas por el momento avalan la fórmula actual de gobierno para una Navarra, que, sin duda, ha avanzado y mejorado en estos últimos siete años. Un modelo que además se verá reforzado tras el acuerdo de Podemos, IU y Batzarre para concurrir en una lista a las elecciones de 2019. Pero ahora de nuevo, ya lo escribí hace unos días, aquellos mismos muñidores y correveidiles de aquel viejo, mediocre y decadente régimen han vuelto a moverse entre bambalinas, conciliábulos y los poderes conservadores para intentar un peligroso regreso al pasado. Por si acaso.