El Congreso de los Diputados volvió a reproducir ayer el dislate de impedir el uso garantizado de las lenguas cooficiales del Estado y de imponer el castellano como única fórmula de comunicación en el hemiciclo. Un impedimento que no es tal reglamentariamente por cuanto no se recoge la prohibición de utilizar el euskera, el catalán o el gallego pero sí impedido a discreción de la Presidencia. Y la Presidencia, tanto del PP como del PSOE, mantiene un criterio discriminatorio. En el día de ayer, de nuevo fue imprescindible el rechazo activo del PSOE para impedir la normalización del uso de todas las lenguas del Estado. Un problema que no radica en la complejidad de su uso sino en el complejo ante su visualización y proyección pública. Un estado descentralizado con diferentes lenguas es, en el imaginario de la homogeneidad española que sostienen los grandes partidos, un desmentido a la falacia de la uniformidad con la que se pretende encarar la diversidad territorial, cultural y sociopolítica. La negación de las otras lenguas peninsulares no debilita al castellano pero sí a esa uniformización y explicita además una riqueza y diversidad culturales que no se acogen debidamente. La debilidad no es, por tanto, del castellano sino de quienes pretenden imponerlo para invisibilizar esa diversidad. La militancia de la derecha española en esa cruzada contra las lenguas cooficiales del Estado viene de antiguo pero sigue siendo sorprendente que el PSOE no haya sido capaz en cuarenta años de despegarse de esa estela y de apostar decididamente por su reconocimiento y tratamiento equilibrado. Pierde credibilidad su discurso de reconocimiento de las especificidades mediante proyectos federalizantes que, por otro lado, nunca toman cuerpo; no digamos su capacidad de encarar la plurinacionalidad. En estos momentos, adquiere especial relevancia no por novedoso, sino porque el rechazo socialista a permitir siquiera que el euskera, el catalán o el gallego se visibilicen libremente en el Congeso como lo hace el castellano en las instituciones europeas hace dudar del rumbo que pueda adoptar el Gobierno de Pedro Sánchez para sostenerse en la legislatura tras los fracasos electorales de los partidos que lo forman. Si no es consolidando las alianzas con los representantes de esas lenguas, no tiene futuro, pero este precedente hace temer las decisiones que pueda adoptar la gestión de Sánchez.