Fuego en el monte; fuego en la política. Tierra quemada para el medio ambiente y para el diálogo. Unos pavorosos incendios como maldición del cambio climático y de la desatención forestal. Unas llamas incesantes en la verborrea cruzada de los políticos de referencia. Desasosiego sin propósito de enmienda. Quizá sea, simplemente, la antesala del vodevil que asoma en una tensionada rentré parlamentaria donde los puentes del entendimiento entre las dos orillas parecen más rotos que nunca. Después de la parodia en torno al compromiso de renovación del Poder Judicial cualquier delirio es posible. Eso sí, incapaz de superar el sonrojante desvarío personalista de Laura Borràs en el gesto más insolidario y rastrero del desquiciado sector conspirativo del independentismo catalán.

Gobierno y oposición se siguen liando con el cruce de cromos de jueces, mientras en la calle solo hay angustia por los incendios, la inflación y el precio del gas en medio de las tormentas y el bochorno playero. Las dantescas escenas en muchos montes estremecen con tal magnitud que acallan sin dificultad los puntuales escarceos políticos. Como no hay penalidades clamorosas que atribuir en la interminable propagación del fuego amenazante, todo el revuelo habitual en las serpientes de verano queda reducido a dilucidar la responsabilidad de una maquinista de tren. Puro espejismo. Apenas queda una semana de sosiego. El debate plenario sobre el ahorro energético desatará en unos días la caja de los truenos en el Congreso y nadie sabe cuánto tiempo seguirá abierta. Hay muchas ganas de lío, sobre todo desde la derecha, que mira encantada cómo se va embarrando el terreno del malestar social. La izquierda bastante tiene con sus cuitas internas. En el PSOE, con el fantasma a vueltas del indulto a Griñán que asemeja una bomba de relojería. En Unidas Podemos, porque cada vez hay más alfileres dispuestos a pinchar el globo de Sumar.

Tú puedes subir o bajar por la escalera sin que nadie lo note. Habilidad o pillería. Otra cosa bien distinta es decir que subes cuando, en realidad, bajas. Como Núñez Feijóo, pero esta vez se ha tropezado. Quería escurrir el bulto del compromiso firmado del PP para la dichosa renovación del Poder Judicial y le han pillado en renuncio. Otro socio en el club de la mentira. Tampoco le acabará pasando factura en medio de tanto desmentido. La lista de precedentes sonoros es inagotable. Ahí está Pedro Sánchez prometiendo una cosa, haciendo la contraria y nadie le tose. Lo importante es tener siempre una excusa a mano. El presidente siempre justifica sus ostensibles cambios de rumbo en favor del beneficio de España. El líder gallego prefiere jugar con dos barajas: primero se hace el sueco sacudiéndose los compromisos de sus antecesores y, luego, denuncia a quien le deja en evidencia. Miente que algo queda. Vox lo tiene como libro de estilo desde su nacimiento y no le va nada mal hasta el momento. Entre tanta crispación hay mucho terreno abonado para el embuste. Quizá porque son vasos comunicantes.

También algunos medios alimentan intencionadamente el fuego. Impacientes, en medio del oasis informativo, prenden sin otro fundamento que la invención la chispa de una próxima remodelación ministerial para así agujerear la solidez del Gobierno y por ahí se expande la hoguera. Ya tiene el PP la ocasión pintiparada para lanzar el dardo. No importa que Pedro Sánchez lo haya desmentido, pidiendo, de paso, más profesionalidad a los generadores del bulo. Da igual. La bola ya rueda sola y tampoco la frágil credibilidad de quien lo exige impide que se siga despeñando por la pendiente. La escena se seguirá repitiendo.

Ahora bien, para tierra quemada, la convivencia entre sectores del independentismo catalán. Será difícil de encontrar en el largo parte de guerra del procés un día más triste para su proyección social y política que la fecha del quinto aniversario de la matanza yihadista en Barcelona y Cambrils. El desprecio al dolor de los familiares de las víctimas por parte de un enardecido grupo de irracionales sin ética avergonzó las esencias de la reivindicación soberanista mientras esas voces iracundas clamaban contra el Estado mancillando los sones de Els Segadors. Las mismas gargantas que vitoreaban patéticamente a la imputada Laura Borràs, ensimismada todavía en ese delirio particular de su causa perdida y que sigue arrastrando hacia un descrédito alarmante a los dos partidos, ERC y Junts, que sostienen las principales instituciones catalanas.