Guardo como un tesoro un viejo cuaderno de anotaciones del panadero que antaño suministraba las barras a las familias y bares del pueblo. Día a día registraba el consumo de cada vecino, con su nombre, apellido, mote o casa en la que residía. También hacía constar las pesetas que algunos de ellos le adeudaban y que iban saldando a plazos. El cuaderno ayuda a hacer una pequeña radiografía de la población de la época (año 1970). Las hojas manuscritas evocan también el aroma de aquella furgoneta con cestas de mimbre donde el pan, casi caliente, conservaba el olor reciente del horno. El cuaderno está salpicado de sumas y restas, de cálculos, que nos trasladan a este momento crítico en el que un artículo de primera necesidad rompe los techos de subida de precio en estrecha competencia con los huevos o la carne de pollo. Según Eurostat, el pasado agosto el pan costaba en la Unión Europea un 18% más que un año atrás, mientras que en 2021 su precio solo aumentó en un 3% respecto al mismo mes del año anterior. El cuaderno, ya digo, subraya las palabras “debe” o “pagado”. Al paso que se encarece la cesta de la compra me pregunto si volverá también aquella costumbre del cliente sin blanca que le pedía al tendero, “apúntame, ya te pagaré a final de mes”.