Muchos conocen el video que ha rulado desde el sábado de San Fermín Txikito, el del susto de Braulia a unos chiquillos. Las imágenes dejan ver a la Comparsa bailando por el Casco Viejo y se centran en dos pequeños que saltan y se mueven con la música en su balcón de un primer piso y tienen la suerte de que, justo a sus pies, la giganta americana gira y gira al son de los txistus. Cuando termina, se observa el cabezón de Braulia acercarse más y más al balcón mientras los pequeños sueltan sus manos de la verja, retroceden pasito a pasito, se meten en casa y cierran la puerta. El último segundo de grabación refleja una carita asomada al otro lado del cristal (a modo de la vieja del visillo). Lo dicho, es una escena que hace sonreír, más aún al estar protagonizada por niños y, seguro que tras ser grabada, se mandó a un grupo familiar de wasap, al de la cuadrilla, al de las amigas y punto. En pocas horas, en unos días, el vídeo logró más de 100.000 reproducciones de twitter, apareció colgado en muchas cuentas con interpretaciones no siempre acertadas, en periódicos digitales, en videos de la tele… No descubro a nadie el infinito potencial de las redes sociales pero yo –autora de las imágenes– he aprendido para siempre el inmenso, y a veces aterrador, poder de los nuevos medios.