Dos meses tremendos

En su primera alocución tras el cierre del ajustadísimo recuento de votos, Lula negó que hubiera dos Brasiles. Un mensaje voluntarista, seguramente el que tenía que lanzar el que volverá a ser presidente después de doce años, pero que queda desmentido por el propio resultado que le ha dado la victoria. Los menos de dos puntos de ventaja sobre Bolsonaro son el reflejo inequívoco de una nación partida casi literalmente por la mitad. Y las imágenes que hemos visto durante la campaña electoral y en la propia jornada de los comicios nos muestran que no se trata, ni de lejos, de una división pacífica. Ahora mismo hay muchísimos motivos para pensar que el bolsonarismo, con su líder a la cabeza, no está dispuesto a aceptar el resultado de las urnas. Salvo milagro inesperado, los dos meses que quedan hasta el momento de la investidura van a ser un sobresalto continuo. Eso, en el mejor de los casos, porque hay quien habla sin tapujos de asonada militar y, desde luego, se da por hecha la insurrección de las zonas donde los partidarios del presidente saliente son amplia mayoría.

¿Conflicto civil?

¿Qué le queda a Lula por hacer hasta la toma de posesión para que la duodécima economía del mundo y primera de Sudamérica evite el conflicto civil? Todo indica que seguirá la receta de la campaña y la del primer discurso: rebajar el tono, dulcificar los principios más radicales y proclamar hasta la saciedad que gobernará para todos. El problema reside en que tales nobles intenciones son imposibles de cumplir. Eso, sin pasar por alto, como me hacía ver un colega ayer, que la mayoría de los que no le han votado no le van a creer y, peor todavía, que los que sí le han dado su respaldo se van a sentir inevitablemente defraudados. Así que, estando tan jorobado encontrar el punto de equilibrio, a Da Silva más le vale inclinar la balanza hacia el lado de quienes, papeleta a papeleta, lo han devuelto al poder.

Coser el roto social

Y es obvio que en una situación tan polarizada, Lula no podrá ser el mismo presidente de los mandatos iniciales. Primero, porque tampoco puede repetir los errores en que incurrió ni las malas decisiones que tomó; reconozcamos sus luces, pero no olvidemos sus sombras. Segundo, porque no están los tiempos para derrotar por los extremos ni dejarse arrastrar por los maximalismos. Tercero y más importante, porque le toca coser el inmenso roto económico y social que han causado los cuatro años que se han hecho eternos de Bolsonaro en el poder. Esta vez, si cabe, lo tiene todavía más complicado.