Vivir en el Casco Viejo de Iruña es casi un acto de militancia. Tiene muchas ventajas pero cada vez parece que pesan más los inconvenientes y entre ellos el ruido y los excesos derivados de la noche se llevan la palma. Es difícil hacer compatible el derecho al descanso de los vecinos con la juerga del resto, siempre lo ha sido y es responsabilidad de todos y todas, vecinos, ciudadanos, visitantes y representantes políticos tratar de que sea posible la convivencia y garantizar que el centro de la ciudad sea un lugar habitable. Pero últimamente han saltado algunas alarmas porque parece que el Ayuntamiento de Pamplona está utilizando las reclamaciones justas de un vecindario cansado, para poner freno a algo que forma parte de la esencia de la ciudad y del patrimonio inmaterial de esta tierra, como son las txarangas, las fanfarres y los colectivos de cultura popular que dan vida a la ciudad. Entidades que ensayan durante todo el año en sus locales para de vez en cuando salir por las calles a compartir la música, la danza y el canto con el resto. Está claro que para todo hay un horario y desde luego que la nocturnidad, y más en días laborables, no es compatible, pero no sé que daño hay en que una fanfarre salga en un vermú o que una txaranga toque en una sobremesa o una tarde de sábado. Se trata de que lo hagan con permiso, lógico, pero no se entiende tanta negación a la hora de concederlos. Las personas necesitamos música y si es de los de casa mejor. Porque dicho sea de paso, no estaría de más poner coto y obligar a bajar el volumen de muchos locales que no solo imposibilitan el descanso del vecindario sino que atacan directamente a la música kilómetro cero.