Todo este envilecimiento, con diputada fascista de Vox aludiendo a la vida sexual de una ministra, con concejala de Ciudadanos en Zaragoza haciendo tres cuartos de lo mismo, todo por atacar las buenas o malas políticas de una ministra -su ministerio ha cometido errores de bulto indudables y está metido en una dinámica que rema a veces en la dirección contraria a lo que supuestamente pretende- no son sino resultado de una forma de hacer periodismo que se inauguró en España en 2015 y que se fue perfeccionando en años posteriores hasta llegar a su culmen cuando Unidas Podemos tocó gobierno. Por supuesto, al bagaje reivindicativo y hasta un punto macarra de Podemos se le volvió en contra, pero en ningún caso ese tono es comparable con el que se lanzaba día sí y día también desde la gran mayoría de los principales medios de comunicación de este país, con periodistas desatados y con grupos de comunicación enteros al servicio de derribar todo lo que oliera a Iglesias o Podemos. Ahora se está recogiendo ese hedor, de la misma manera que la pareja formada por Iglesias y Montero y sus tres hijos tuvieron que soportar en la puerta de su casa lo que nadie ha soportado en democracia por ocupar un cargo público, ETA al margen por supuesto: un acoso insoportable.

Con sus muchos defectos y tejemanejes, con las diferencias de Iglesias con la actual esperanza de la izquierda, que es Yolanda Díaz, con todos los errores y carencias de la actual ministra, lo que no es admisible es que se traspasen esas líneas que jamás se han traspasado anteriormente en democracia. Y ha habido relaciones sentimentales entre políticos y políticas y cargos ocupados por mujeres tras haber ocupado cargos importantes sus parejas y nadie dijo públicamente ni pío. En eso, se ha retrocedido al paleolítico. Y, como en todo, más preocupante que el ruido de las malas personas es el silencio de las supuestas buenas.