No pensaba escribir de esto. Tampoco le he prestado mucha atención hasta hace unos pocos días. Y ello pese a que el mosqueo y malestar popular son un grito a voces desde que se encendieron. Se trata de la no iluminación navideña de este año en Pamplona. Ha sido este fin de semana, el primero de jornadas festivas de las Navidades de este 2022, cuando con más tiempo para pasear, convivir por las calles de la ciudad y caminar para recibir a Olentzero cuando me he fijado en toda su dimensión de esos adornos sin luz ni alegría que aparecen y desaparecen de las calles de Iruña. Una Pamplona sombría y gris muy alejada de la Pamplona que se supone tienen que decorar las luces y los colores de la Navidad.

Una iluminación sin sentido que ocupa el centro de la ciudad con menos gracia que la nada. De los barrios de Iruña ya ni hablo. Hay localidades de la Comarca de Pamplona –no sé si todas–, con propuestas más ilusionantes que la que ha perpetrado el Ayuntamiento de Iruña este año. Cuando yo era niño, gris y sombría era la Iruña aquella de los años 60 y ya ha llovido, pero en cuanto se encendían las luces navideñas me recorría el cuerpo un hormigueo como de ternura y calidez. Ahora sé que no todo es así. Que la Navidad es también un tiempo de emociones que van y vienen donde conviven sonrisas y desasosiegos. Pero eso es otra cosa.

Desconozco las razones de una apuesta tan pobre, pero lo que está claro es que ni cumple con ese estado anímico positivo y de lusión que rodea a la Navidad –o de las Fiestas del Solsticio de Invierno, si se quiere–, ni tampoco con la necesaria apuesta el comercio local en unas fechas claves para esos pequeños negocios. La iluminación de Navidad es como la propia Navidad, como Olentzero, como los Reyes Magos y como todo los demás que acompaña a estas fechas, te lo crees o no te lo crees. Seguro que todo no es verdad, pero si renuncias a ello, simplemente no lo vives. Tampoco celebraríamos Olentzero, los belenes, los amigos que vuelven, los que se van y los que hace mucho que no te encuentras o los que ya no están. No sé, ya sé que son cosas simples, pero las vives o no. Tampoco las vives siempre igual, claro, hay estados, realidades y circunstancias que hacen de las Navidades unas u otras. Pero es así. La base es creerlo y disfrutarlo. O lo contrario. Si apuestas por iluminar una ciudad para darle una imagen de alegría acorde con esa vieja y quizá ya nostálgica idea de la Navidad, lo haces bien. No esta chapuza.

Tampoco hace falta despilfarrar para ello tirando la Casa Consistorial por la ventana. No sé quien es el señor concejal o la señora concejala responsable de este desaguisado, pero hay que reconocerle que se ha esforzado al máximo para poner la guinda final al pastel de la suma de desaguisados que ha sido la gestión del equipo municipal de Pamplona estos últimos cuatro años. En realidad, si lo piensas bien mientras contemplas esas luces sin luz ni colores, concluyes que es el mismo quiero y no puedo que ha caracterizado la suma de fracasos y de promesas incumplidas de la alcaldía de Maya esta Legislatura. Es una iluminación que transmite falta de ganas y desinterés por la ciudad. Y la imagen de sorpresa ante las críticas ciudadanas muestra la perplejidad de quien es incapaz de observar siquiera que lo hecho con las luces de Navidad es simplemente protagonizar otro desastre. El enésimo.