El gran Carmelo Butini, alma mater junto a su hermano Fermín de la mítica La Librería de la Estafeta, es un andarín mañanero de estos que pone las calles de la ciudad, puesto que parte desde su tienda a un montón de destinos repartiendo la prensa diaria mucho antes de abrir al público. De esta gente que hace que las ciudades funcionen, vamos. Además, el bueno de Carmelo, corredor de encierros, es también un más que digno fotógrafo de la urbe y casi todos los días nos deleita en Twitter con alguna instantánea de la Pamplona vacía. Ayer, por ejemplo, su imagen era un primer plano de la antigua Mercería Carmen, entre calle San Miguel y calle Nueva, que ha sido estos últimos tiempos durante un breve período un local de hostelería con las patatas asadas como protagonistas.

El caso es que la foto de Carmelo mostraba el frontal de la antigua mercería lleno hasta los topes de carteles y pintadas. Ya he hablado en ocasiones anteriores de lo increíblemente desagradable que desde hace años es ir viendo la inmensa cantidad –infinita cantidad– de pintadas sin ningún valor ni gracia que asolan la ciudad y una inmensa mayoría de bajeras y paredes que ya no están activos, así como montones de portales y cualesquier soporte que les sirva a los graciosillos de los cojones para hacer su pintada de mierda. Hace poco arreglaron la cubierta del colegio del cole del enano. No duró ni dos días hasta que en un lateral le endilgaron una frase escrita a spray de por lo menos 5 metros de largo. No sé qué se puede ir haciendo para tratar de embellecer un poco ciertas zonas, ni si establecer ordenanzas o multas más severas es un camino a seguir o no. No lo sé, no soy ni jurista ni experto. Solo me produce asco el nivel de suciedad –para mí una pintada sin ton ni son es algo sucio– y de abandono que transmite buena parte de amplias zonas de Pamplona y cientos de locales, calles y edificios.