Como si él fuera la víctima

Desde el día del ingreso en prisión del futbolista Dani Alves como presunto autor de una violación en una discoteca de Barcelona en la pasada nochevieja, un buen puñado de medios vienen contando al segundo sus andanzas en la trena. Al principio, se nos informaba de su tristeza y su falta de apetito, casi como si tuviéramos que sentir pena por un tipo que, siendo todo lo presunto inocente que se quiera, acumulaba quintales de indicios sobre una actuación, digámoslo muy suavemente, nada presentable. No parece que fuera caprichosa la decisión de la juez que dictó su encarcelamiento, después de escuchar a los responsables de la seguridad del local nocturno, que obraron de un modo impecable. Las imágenes y las declaraciones de un buen número de testigos presenciales apuntaban en la misma dirección. Para colmo y vergüenza de nuestro sistema legal (¿Solo sí es sí?), la denunciante tuvo que renunciar a la indemnización que se estableciera si se probaran los hechos para dar más credibilidad a su acusación. Una indecencia estratosférica.

“No le hacía falta”

Pero eso, a quién le importa. No faltaron opinateros y tertulistos con hedor a abrótano macho que porfiaron sobre el juicio paralelo al pelotero por su condición de famoso y millonario. La idea que se deslizaba era que un tío al que le bastaba silbar para tener miles de hembras que se le abrieran de piernas no tenía ninguna necesidad de forzar a una tía estrecha que le negara acceso carnal. Todo eso, insisto, mientras las pruebas acumuladas y los testimonios de quienes estaban en el lugar de autos la noche fatídica no dejaban de apuntar a una agresión sexual cometida, además, con altas dosis de desprecio y violencia. Y a pesar de ello, determinadas cabeceras, insistían en presentar al presunto culpable como una pobrecita víctima que lo estaba pasando fatal durmiendo en un camastro y viendo no sé qué partido de fútbol en una tele cutre.

Ninguna sorpresa

El paso siguiente era, inevitablemente, dar pábulo, casi aplaudiendo, a la versión de la carísima defensa de que las imágenes grabadas muestran algo “muy diferente” a lo que ha contado la denunciante. A base de insinuaciones y medias palabras con tufo a puñetera trola, se pretende desacreditar a la víctima, con el añadido perverso de que esta no tiene capacidad de desmentir la versión si no es a costa de exponerse públicamente. Que haya medios (y no pocos) sirviendo de altavoz al minuto a esta estrategia me provoca una vergüenza y un asco indecibles. Por desgracia, ninguna sorpresa.