No hacía falta ser un experto en morfología para intuir que bajo la apariencia de hombre –de hombre fuerte– de la atleta checoslovaca Jarmila Kratochvilova había o bien una anomalía genética o bien un consumo equis de sustancias dopantes, principalmente hormonas masculinas, que elevan los niveles de testosterona y estos a su vez hacen mejorar el rendimiento deportivo.

Kratochvilova sigue teniendo el récord mundial de 800 al aire libre, 40 años más tarde. Era ella, sí, pero había decenas, en los años del dopaje de estado, con atletas que posteriormente declararon haber sufrido cambios físicos tremendos y procesos mentales durísimos.

Ahora, habida cuenta de varios casos de personas trans que compiten en categoría femenina en más deportes, hombres que han pasado su pubertad siendo hombres y que pasan a ser mujeres, la Federación Internacional de Atletismo ya ha anunciado que no permitirá que las personas trans que fueron hombres en su pubertad –en la pubertad es cuando se produce la subida de la testosterona– compitan en categoría femenina, ni a las personas con Desarrollo Sexual Diferente –Caster Semenya parece el caso más claro– a menos que pasen 24 meses consecutivos con unos niveles de testosterona inferiores a 2,5 milimoles por litro.

La Federación, no obstante, ha abierto un grupo de trabajo que irá estudiando casuística y legislación para tratar de integrar e incluir, pero sin perder de vista la protección que consideran más básica: la del deporte femenino. Hace poco salió a la luz el caso de una nadadora universitaria que había transicionado desde mujer hacía poco y que había arrasado en varias competiciones. Se mire como se mire, esto desvirtúa por completo la condición de categoría femenina. Tema complejo, claro, que se irá readaptando seguramente y que contará con opiniones para todos los gustos y que por ahora opta por la vía de proteger a la inmensísima mayoría.