Al ciudadano medio, que trabaja –si puede–, paga sus impuestos y vive sin tratar de pisar a nadie ni de ser pisado, intentando transitar sin más daños por la vida que los que la propia vida depara y los que la sociedad en sus múltiples formas suele infringir si formas parte de ella una de las cosas que más incomprensible le resulta son las normas municipales. Las normas municipales, cuanto mayor es el ayuntamiento aún más, son un entramado de leyes, disposiciones, artículos, normativas y millones de ítems que dejan en pañales a la suma de todas las normas mundiales existentes. Que haya una cafetería en la Plaza del Castillo sin terraza y que la terraza que ha solicitado esté ocupada por un bar adyacente es una de esas cosas que, las mires como las mires, te dejan mudo. Sea cual sea el bar y sea cual sea la cafetería. Claro, que en este caso, la solicitud de terraza de la cafetería sí cumple la normativa y así lo ha manifestado en dos ocasiones el Tribunal Administrativo de Navarra, con lo que la negativa de Navarra Suma a otorgarle la licencia y el recurso al TAN por su fallo no parece escudarse tanto en la normativa o en “la decisión de los técnicos” como en la propia naturaleza de la cafetería, una entidad cultural que entre otras cosas fomenta el euskera, esa lengua bárbara hablada en continentes lejanos y nacida en planetas ignotos con la que Navarra Suma no quiere tener nada que ver. Vamos, que en este caso lo complejo no parece ser la normativa sino la enrevesada mente de un consistorio pamplonés de derechas acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo en el campo del euskera así les vayan cayendo luego sentencias en contra una tras otra que tienen que ir cumpliendo de mala manera, a destiempo y en ocasiones con el daño ya hecho. A todos nos parece lo más lógico que un establecimiento tenga su terraza y el de al lado la suya. Menos a la gente normal.