El otro día comentaba en este medio un agricultor que todavía no pero que no falta mucho para que se produzcan conflictos entre vecinos, que mientras uno no tiene para regar sus lechugas, de las que vive, el otro riega su jardín. Bueno, esto ya se da. O el que no puede regar su jardín o su pequeña huerta –de la que no vive, pero que le ayuda– y ve la piscina del de al lado. ¿Quién tiene más derecho? Difícil. ¿Los dos, uno, ninguno? En todo caso, las restricciones de agua parece que vienen para quedarse. Hace poco, la entidad Plazara organizó una charla en Pamplona para compartir puntos de vista acerca de los usos y abusos del agua y hacia dónde podríamos o deberíamos ir en ciudad. No es un tema sencillo, la verdad, en la medida en la que el consumo para boca, riego, industrial y de servicios es muchísimo menor que el consumo para agricultura –como debe ser, con criterio, claro–, en la medida en que las fuentes de las que llega el agua son muy diversas –embalse de Ebro, Itoiz, Yesa, ríos, nacederos, canales, etc, etc– y a veces por ahorrar aquí no significa que ese litro que ahorras pueda llevarse allí y en la medida en que concurren multitud de factores que hacen del asunto un tema muy complejo, que va a necesitar de los mejores expertos y de los políticos más valientes para meter mano, sentido común y previsión. Estamos encadenando dos cursos o mejor dicho ya un año natural seguido de pocas lluvias –la crisis gorda comenzó en mayo de 2022– y desde entonces solo noviembre de 2022 y este enero han estado en las cifras medias, con registros todavía mucho más pésimos de Imarcoain para abajo. La situación, dependiendo como decimos de cual es la fuente de abastecimiento, es ya muy seria en ciertas zonas y aunque se está a tiempo de que algunas lluvias lo palíen algo mucho del mal ya está hecho. Urgen ayudas, acciones rápidas y un plan a corto, medio y largo plazo.