No sé si es un asunto genético u ósmosis, pero es excepcional el apego que los y las políticos de UPN mantienen con la hostelería. No digo a título personal, que eso es cosa de cada cual, sino en el ejercicio de sus cargos. Recordemos que fue en época de Barcina cuando se levantó el veto a más instalación de bares en lo Viejo, que Maya ha sido un firme defensor de la misma en cualquier conflicto vecinal o incluso sanitario –Maya parecía el presidente de la Asociación de Hostelería de Navarra en todo el duro proceso de la pandemia, negando incluso los efectos del cierre sobre la extensión o reducción del virus– y ahora Cristina Ibarrola, aspirante a alcaldesa, recoge el testigo.

Lo hace explicando que la Ciudadela tiene que convertirse en un centro de atracción y para ello qué menos que poner ahí un “gran quiosco de hostelería que se integre bien en este escenario tan bello y que sirva de encuentro para los pamploneses y para quienes nos visitan”, un atractivo para quienes quieran visitar exposiciones o las salas existentes, que ella quiere remodelar y acondicionar para que la Ciudadela sea más cultural que ahora. Es obsesivo.

Clientes en un bar de Pamplona. Javier Bergasa

Precisamente –quizá digo pienso se me ocurre– meter un bar allá haría que el lugar en lugar de ser un lugar bello y silencioso y cultural y recogido y limpio se convirtiera en otra cosa, amén de que, como me dijo un conocido, “queda claro que lo que le falta a Pamplona son bares”. Hay decenas de bares en los alrededores y no hay por qué tener que disponer de un punto de recarga alcohólica o de cafeína o calórica cada 10 metros. No es necesario en absoluto meter hostelería ahí dentro y de hecho la ausencia de la misma en determinados lugares es lo que les ayuda a convertirse en pequeños oasis de paz en los que se va a lo que se va sin interferencias. Cosa diferente es que el lobby amiguete de UPN ya haya visto la pieza y quiera cobrarla. Eso ya…