Todo país cuenta con epopeyas y personas que jalonan su historia y desde luego su nacimiento, así podemos citar a Washington en los Estados Unidos; Garibaldi en Italia; Bolívar y San Martín en Sudamérica o la Revolución Francesa o la Rusa.

Cuando pienso en Navarra no puedo citar grandes gestas ni grandes personajes. Sancho el Mayor y Sancho el Fuerte me quedan muy lejos; la batalla de Roncesvalles contra Carlomagno más todavía, y las fechas que más recordamos son todas de derrotas. En 1512 el Reyno lo conquista el duque de Alba y se incorpora a la Corona castellana. En 1833-1841, tras la derrota en la primera guerra carlista, el Reyno desaparece definitivamente y se incorpora a la monarquía constitucional, aunque manteniendo su régimen foral. Quizá el acto más significativo lo constituya el acto de afirmación foral surgido como respuesta a la Gamazada. Sirva como prueba que el famoso Libro de Honor de los Navarros fue firmado por aproximadamente 120.000 personas de los 300.000 habitantes con que contaba Navarra.

Tampoco hay grandes figuras universales entre nuestros paisanos. Francisco de Javier probablemente sea el navarro más universal y Santiago Ramón y Cajal el más significativo, aunque realmente era navarro de casualidad.

Y sin embargo, la identidad navarra se ha mantenido a lo largo de la historia. Un reino que se mantuvo agazapado durante siglos, que no salió de sus fronteras, habría que recordar la historia del árbol malato, rodeado de reinos en expansión: Castilla, Aragón y Francia. De ahí el lema que el príncipe de Viana incluye en su escudo Utrimque roditur (me roen por todas partes).

Es curioso recordar que Sancho el Mayor dejó a su muerte en 1035 sus dominios repartidos entre sus hijos. Así, Navarra correspondió al primogénito García; Castilla a su hijo Fernando; Sobrarbe y Ribagorza a Gonzalo y a Ramiro le correspondió Aragón. ¿Quién sabe cómo hubiera cambiado la historia si hubiera unificado todos sus dominios con un solo heredero? ¿Y si el príncipe de Viana hubiera heredado las coronas de Navarra y Aragón?

Pero lo cierto es que, a pesar de toda esta historia, Navarra ha mantenido su personalidad y hoy políticamente se configura como una comunidad foral, en el marco del Estado de las Autonomías. Y, a pesar de su pequeño tamaño, el tema Navarra ha sido considerado, en varias ocasiones, como asunto de Estado. Esta particularidad navarra, que algunos tachan de privilegio, tiene su máxima expresión en la figura del Convenio Económico, extraño sistema fiscal sin parangón en el mundo, salvo el Concierto Vasco.

Más allá de las cuestiones políticas, es cierto que existe un sentimiento de navarrismo, aunque con diferentes variantes, foral, vasco, español, aunque siempre navarro. Sin olvidar que también hay navarros al otro lado de los Pirineos.

Pero la historia se escribe, se reescribe y se reinterpreta y puede utilizarse para demostrar una cosa y la contraria.

Por eso quiero centrarme en el futuro más que en el pasado. ¿Qué futuro tiene Navarra en el actual mundo globalizado e interconectado? ¿Qué representamos los 660.000 navarros en un mundo que ha superado los 8.000 millones de habitantes? Si Pamplona fuera todo el mundo, los navarros seríamos solamente 16 habitantes de la ciudad.

Dado que disponemos de un grado de autonomía que todavía nos otorga la libertad y responsabilidad de organizar parte de nuestra vida en común y que estamos ya inmersos en un nuevo proceso electoral, sería conveniente que se pudieran abordar aquellos aspectos estructurales y, seguramente, menos vistosos a corto plazo y todos los partidos nos ofrecieran su visión y programa en las cuestiones de fondo y que van a influir en nuestro nivel de vida como sociedad y en nuestra pervivencia.

Por desgracia, hoy en la política se ha marketinizado y todo se resuelve o limita a encontrar una frase llamativa y que impacte en el votante. Si a eso le añadimos el casi continuo proceso electoral en el que vivimos y el, a mi juicio, escaso tiempo de las legislaturas, es difícil que se suscite el debate sobre los temas de fondo. Una propuesta a valorar sería ampliar las legislaturas ¿siete años? e impedir la reelección de los presidentes y alcaldes.

De todas estas cuestiones hablaba con Martín de Unssi mientras contemplábamos cómo en todas las primaveras surge el milagro de la vida en nuestro campo: crecen las espigas y reverdecen las cepas. Esperemos que la sequía permita que sigamos teniendo pan y vino.

Pero volvamos a las próximas elecciones. Una primera cuestión que deberían responder los diferentes partidos es si buscan una sociedad más cohesionada e igualitaria o una en la que cada persona se busque la vida como pueda y la administración intervenga lo menos posible.

El socarrón Martín de Unssi me decía que le gustaría contemplar una campaña electoral en la que se trataran aspectos como el papel de la escuela para equiparar, o al menos corregir, las desigualdades sociales; la garantía de que la gestión de los recursos básicos se mantuviera bajo control público (agua, energía, infraestructuras…); los ajustes que se pretende realizar a la sanidad ante las nuevas exigencias y retos derivados de una población más envejecida y unas tecnologías que avanzan a ritmo vertiginoso; qué planes tienen para reformar la administración para hacerla ágil, cercana al ciudadano y que facilite y simplifique los trámites administrativos; qué respuestas presentan ante los problemas actualmente más acuciantes: vivienda, exclusión e integración social; cómo piensan atajar la despoblación y el envejecimiento; en este mundo, todavía globalizado, cómo piensan relacionarse con otras comunidades, con el Estado o con la Unión Europea; si los diferentes partidos tienen algún plan para garantizar una mínima autonomía que permita evitar o minimizar posibles crisis como la derivada de la pandemia y la guerra de Ucrania; o cuestiones como el modelo fiscal, el apoyo a la investigación y el control público de sus resultados y, por supuesto, todo lo relacionado con el cambio climático.

No dejaba de manifestar su extrañeza con la lentitud con que la Administración resuelve problemas en el mundo rural. Y ponía un ejemplo. En el mes de noviembre se cableó todo el pueblo para poder acceder a internet por fibra y los comerciales visitaron el pueblo realizando los correspondientes contratos. En abril, otra empresa repitió el cableado. Ahora hay dos cables de fibra por el pueblo, pero medio año más tarde la fibra no llega a los domicilios. ¿Pasaría esto en Pamplona?

Pero mientras veíamos los restos del fatal incendio que hace un año asoló nuestro pueblo, Martín de Unssi proseguía: pero seguro que sólo escuchamos fáciles eslóganes, frases graciosas o ingeniosas y discusiones estériles sobre temas menores. Sin olvidar el “y tú más”.

Y mientras saboreábamos el mejor rosado del mundo me decía: espero equivocarme este año. Pero seguro que el primer domingo de junio volveré a disfrutar del Día del Rosado de San Martín de Unx y, con su habitual picardía, añade, cuando todos los partidos habrán vuelto ganar. Y no olvides que lo que hagamos o no hagamos ahora en Navarra lo heredarán nuestros nietos.

El autor es economista