No es una anécdota chusca y aislada. Tampoco el desaguisado de un o unos descerebrados que van por libre. Más parece un signo de los tiempos. Unos tiempos que, sin llegar a ser nunca enteramente luminosos, parecen empeñados en recuperar viejas negruras. Me refiero a lo ocurrió el sábado por la noche en un concierto en Murcia, cuando la policía irrumpió para impedir que la cantante Rocío Saiz enseñara los pechos.

De hecho, esta artista, conocida por su militancia LGTBI, estuvo a punto de salir esposada del escenario por quitarse la camiseta, algo que ella hace habitualmente en un momento de su show. El diálogo con el policía que le obligó a cubrirse circula por las redes y está a medio camino entre Berlanga y Torrente, pero sin humor. “No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas”, cantaba el año pasado Rigoberta Bandini, otra artista que exhibe idéntica parcela de su anatomía cuando entona su archiconocida Ay mamá. Confieso que la primera vez que se lo oí me pareció una exageración.

¿En pleno siglo XXI, en este rincón de la civilizada Europa, a quién puede causar miedo o incomodidad la vista de esta parte del cuerpo femenino? Por lo visto, a más de uno. La única parte buena de la noticia la entresaco de la larga e indignada queja de la artista: “ayer actué en un pueblo de Navarra de 4000 habitantes y no pasó nada”. El pueblo era Castejón, donde Rocío Sainz cantó la noche del viernes sin cortes en su espectáculo ni escándalo para nadie.

Mira por dónde, ya no somos lo más cavernícola de la Península. Aquí también hay trogloditas, claro está, pero parece que, tanto a nivel social como político, estamos a años luz de lo que está sucediendo más allá del Ebro, con esta oclusión de cargos institucionales que parecen salidos del museo de los horrores. Tampoco anima mucho saber que es bastante probable que a partir del 24 de julio todo vaya a ir a peor por ahí. Qué desgracia, ser del mismo país que toda esta gente.