Lleva la Unión Europea en crisis permanente o en policrisis, como dijo Juncker, desde la del euro, a raíz de la caída de Lehman Brothers en 2009. Después vino el Brexit, luego la pandemia y ahora la guerra en Ucrania. Una década que ha puesto a prueba la unidad del proyecto europeo como nunca en su historia. Pero lo cierto es que el tablero geopolítico nunca se había movido tanto como con la invasión de Putin del territorio ucraniano. En medio de una batalla hegemónica entre China y EE.UU., el movimiento del Kremlin ha encendido todas las alarmas en las capitales europeas y ha provocado un intenso debate sobre la ampliación de la UE para evitar que los países europeos que forman frontera con la Unión, caigan en manos de nuestros antagonistas. Como en la anterior super ampliación de 2004, cuando entraron Chequia, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta y Polonia, el principal impulsor de la idea es Alemania, hoy por hoy, la primera potencia europea. El gran elemento de presión que ha abierto el debate de la ampliación de la UE ha sido la llevada a cabo por Zelenski en su solicitud de ayuda a la UE en la guerra y su deseo de una incorporación express al selecto club europeo. La adhesión de Ucrania a la Unión, a cambio de una paz garantizando a Putin que Kiev nunca será miembro de la OTAN, es una baza clara de negociación que Bruselas está jugando. Pero los recientes acontecimientos internos en Rusia con la rocambolesca intervención del Grupo Wagner, han fortalecido las posiciones de apoyo más decidido a Ucrania en el seno de los 27. El propio presidente de turno de la UE, Pedro Sánchez, acaba de declarar que “Europa estará junto a Ucrania hasta la victoria final, en su reconstrucción y en su entrada en la Unión”. Pero la realidad es que detrás de Ucrania esperan los países balcánicos que ya llevan más de una década de negociaciones con Bruselas y las otras repúblicas en la periferia de Rusia. Nada menos que Moldavia, Georgia, Serbia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Albania, Macedonia del Norte y Kosovo.
Situaciones muy diferentes
Ha sido el Canciller Scholz quien de acuerdo con Macron han propuesto un primer debate serio en el Consejo Europeo informal de Granada del próximo 6 de octubre, del tema de la ampliación. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, maestra de ceremonias de este escenario a 36, habló de que “hay que ver cómo acoger a estos países, cuál es la fuerza que tenemos que tener y las reformas que tenemos que hacer. Pero la alternativa, advirtió, es que China y Rusia se aprovechen de nuestra inacción y dominen esos territorios. El problema es que las situaciones de los Estados que aspiran a pertenecer a la UE son muy diferentes. Ucrania en guerra, Moldavia o Georgia, muy cerca de ser desestabilizadas por Rusia; mientras que Montenegro, Albania o Bosnia-Herzegovina están mucho más avanzados y Serbia es prorusa. El problema para la UE es que todos ellos, dejando a un lado a Turquía, tienen ya el estatus, o lo van a recibir en los próximos meses, de candidato a miembro de la Unión. Pueden ir entrando a cuenta gotas o de todos de golpe, esa es la cuestión. Además, todos ellos tienen rentas per cápita por debajo de la media europea, lo que quiere decir que por política de cohesión territorial se verán beneficiados por cuantiosos fondos europeos para su desarrollo. Dinero que deberá salir de países que hasta ahora reciben y son contribuyentes netos, como es el caso de España. Pero también es evidente, que la toma de decisiones debería ser reformada. Una Europa a 36 tendría que regirse en casi todo, por no decir en todo, por criterio de mayorías en la votación. Sean reforzadas o no, el veto ya no tendría sentido en una organización supranacional con más de una treintena de miembros que se extiende desde el Estrecho de Gibraltar hasta el río Donets. Que la UE abarque todo el territorio continental físico europeo es un sueño europeísta, pero puede convertirse en una pesadilla que acabe con la realidad del proyecto europeo. Si ya fue complicada la primera ampliación al Este y, a día de hoy, da cobijo a los gobiernos más eurófobos y ultras de la UE, volver a precipitarse en incorporar a Estados que ni siquiera cumplen con unos mínimos de estándares democráticos y de respeto pleno de los derechos humanos, es sencillamente un disparate. Primero habrá que reformar los Tratados con un cambio total de gobernanza y después exigirles a ellos también reformas en el plazo para la adhesión. Otra cosa sería un suicidio.