Las disculpas con la boca pequeña –“no me queda otra”, ha dicho– del presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, después de tachar de “idiotas”, “estúpidos, “pringados” y “tontos del culo” a quienes afearon su actitud machista por agarrar por la cabeza y besar en la boca, sin su consentimiento, a la jugadora Jennifer Hermoso, unido al lamentable comportamiento del directivo en el palco de autoridades llevándose la mano a los genitales, a modo de celebración extemporánea e igualmente machista (con una menor al lado), para la que no ha habido disculpa alguna, no son suficientes para limpiar la mancha que ha dejado su comportamiento en el deporte, no solo femenino, tras el importante hito de ganar el Mundial de Fútbol.

Precisamente, el presidente del Gobierno español en funciones, Pedro Sánchez, calificó ayer de “insuficientes” las disculpas ofrecidas por Rubiales y le animó a dar más “pasos” tras unas disculpas que “no son suficientes, hasta incluso no son adecuadas” para paliar un comportamiento “inaceptable”. El ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, ya había tachado igualmente de “inaceptable” el suceso; mientras que la ministra de Igualdad, Irene Montero, le acusó de cometer un acto de “violencia sexual” contra la jugadora. Si bien, fue la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, quien reclamó abiertamente la “dimisión” de Rubiales porque “ha vejado y agredido a una mujer” y “sus excusas –dijo– no sirven en absoluto”. Después de que muchos medios internacionales hayan afeado lo ocurrido, también la AFE (Asociación de Futbolistas Españoles) se pronunció ayer sobre el “lamentable episodio” en el que la jugadora se encontraba en una situación de “clara vulnerabilidad ante una persona que tiene una posición de poder sobre ella”, por lo que reclamó que, si el directivo no dimite, se aplique la Ley del Deporte que contempla que “besar a la fuerza” es una “conducta inaceptable que conllevará consecuencias inmediatas”.

A la vista de los hechos, resulta necesario que una actuación de oficio resuelva y restaure lo ocurrido sin que la deportista –que ya dijo que no le había gustado– tenga que iniciar trámite alguno, especialmente después de la endeble disculpa de Rubiales en la que, tras negar la mayor insultando a los críticos, se pone ahora al mismo nivel que su víctima al asegurar que no hubo “ninguna mala fe por ninguna de las dos partes”.