Esparza tira la toalla: “No seré ya candidato al Gobierno de Navarra”. Al tercer fracaso, la vencida. Perdió cuatro escaños en su debut (2015). Consiguió 15, los mantuvo entre los 19 de Navarra Suma, y sigue anclado en esa cantidad, con menos votos. El declive del partido regionalista es todavía compatible con su hegemonía parlamentaria. Seguirá como jefe de la oposición. El congreso de UPN decidirá en abril sobre la presidencia del partido. Confirmada su renuncia a la candidatura, su reelección como presidente abocaría a una inédita e improbable bicefalia. Durante esta legislatura, su propia portavocía pierde fuelle tras el anuncio. Elude la autocrítica y se refugia en el carácter colegiado de las decisiones tomadas estos años. Reparte la presión. Su argumento recurrente de la pérdida de poder foral, después de los mandatos de Alli (1991-95), Sanz (1996-2011) y Barcina (2011-15), es el cambio de paradigma del Partido Socialista y su entente con la izquierda abertzale. Olvida que las marcas de esa izquierda fueron determinantes para la formación de gobiernos socialistas y regionalistas en tiempos del procedimiento final de la lista más votada. El PSN (franquicia de Ferraz) ha cambiado (hace lo que le dejan); UPN, no. Los socialistas han cambiado para mantenerse como líderes de la alternativa tras comprobar las consecuencias de sus compadreos con la derecha en Navarra, culminados con un fugaz Gobierno de coalición. Por escarmentados, avisados. UPN, socialmente sectario en sus gobiernos, sigue con las intenciones anexionistas de “los vascos” como amenaza reclutadora de votos. Material fungible. Sanz provocó la ruptura de la fructífera relación con el PP (1991-2008) al pagar a los socialistas la deuda del agostazo (2007). Barcina sedujo y despachó al PSN de Roberto Jiménez. Esparza renunció a sus siglas para sumar con Cs y PP. Después, desmontó el tinglado. En la investidura en marcha, apoya al PP de sus tránsfugas. Sin brújula.