Todavía queda un año, pero conviene que nos vaya sonando que en septiembre de 2024 las Naciones Unidas celebrarán una Cumbre del Futuro que pretende marcar un hito positivo en nuestro mundo, al modo en que en su día lo hicieron otras cumbres como las de medioambiente de Estocolmo y Río, la de la mujer en Pekín, la de Derechos Humanos de Viena o la del Milenio que puso las bases de lo que hoy conocemos como Agenda 2030. En cada una de estas ocasiones se fueron integrando en la agenda internacional nuevos contenidos que respondían a nuevas necesidades o preocupaciones.

No es de extrañar que ahora se introduzcan cuestiones que no se contemplaban hace unos años, como, por ejemplo, el desafío que plantean “las amenazas a la integridad de la información“. Estas amenazas dificultan que nuestro entorno informativo y político esté, como debería, basado en los hechos, la ciencia y el conocimiento. He aquí uno de los grandes temas de nuestro tiempo.

El Secretario General de la ONU, tras meses de consultas con estados, organizaciones, asociaciones y expertos de todo el mundo, ha publicado un documento de trabajo preparatorio de la citada cumbre que incluye los principios de lo que podría adoptarse como “código de conducta que ayude a orientar a los Estados Miembros, las plataformas digitales y otras partes interesadas en sus esfuerzos por hacer que el espacio digital sea más inclusivo y seguro para todos, defendiendo al mismo tiempo el derecho a la libertad de opinión y de expresión y el derecho de acceso a la información”.

Estas plataformas digitales y redes sociales han dado voz a muchos que no la tenían, han facilitado la comunicación desafiando límites, censuras y controles que antes la constreñían, han favorecido el avance de causas sociales y el intercambio de información útil. Pero sus virtudes se han convertido también en causa de su propia maldición, propagando en muchas ocasiones a mayor velocidad mentiras, agresividad, fanatismo, pseudociencias y odios, polarizando el debate público y movilizando extremismos.

El Secretario General propone una formulación positiva (integridad de la información) a lo que con mayor frecuencia hemos denominado por oposición (lucha contra la desinformación, contra las fake news, etc). Siempre es mejor trabajar por algo virtuoso que definirnos contra algo o alguien que se demoniza. A partir de ahora creo que cuando hable del tema me definiré ya más a favor de la integridad de la información que, como hacía seguramente hasta ahora, contra la desinformación.

El informe diferencia la información errónea, de la desinformación y del discurso del odio. Las tres contaminan el sistema informativo y amenazan el progreso humano, pero conviene diferenciarlas. La desinformación, por ejemplo, añade a la información errónea la intención de engañar y se difunde para causar ese daño. Las falsedades y el odio son tan viejas como la humanidad, cierto, pero en la era digital pueden alcanzar una escala antes impensable y por eso necesitamos iniciativas como este código de conducta.

Pero el cuidado de un entorno digital de integridad de la información depende también de cada uno de nosotros, de la forma en que consumimos la información y de nuestro quehacer diario en las redes. ¿Nos interesamos por la solvencia de la información que consumimos?, ¿nos alimentamos en medios y de profesionales acreditados o preferimos las fuentes que más mueven nuestras emociones?, ¿valoramos el rigor, los datos y el conocimiento de quien nos habla sobre el tema de que se trate?, ¿somos capaces de pagar, tan solo lo que nos gastamos en un café o en una cerveza, por buenos medios que a su vez paguen bien a sus profesionales?, ¿estamos en grupos de WhatsApp que nos invaden con videos y supuestas noticias sin pies ni cabeza?, ¿compartimos nosotros noticias por cuya fuente y fiabilidad no podemos dar razón? En la lucha por la integridad de la información no somos víctimas indefensas, sino agentes activos con responsabilidades.