Iruña ha celebrado el 600 aniversario del Privilegio de la Unión. Una conmemoración que forma parte ya del calendario festivo de la ciudad –ya casi al nivel del día de San Saturnino–, que en el caso de Pamplona es amplio a lo largo del año, más allá de los Sanfermines, con las fiestas de los barrios, incluso de calles, que se extienden por casi todas las semanas sin respiro. No es para menos esa importancia. Iruña era ya un asentamiento humano importante desde siglos antes, pero es en 1423 cuando Carlos III pone orden y unifica los burgos de Navarrería, San Nicolás y San Cernin que siguen formando la estructura a partir de la cual se fue expandiendo Pamplona hasta su configuración actual. Una de esas festividades que tiene su parte dedicada a la Pamplona oficial y su parte disfrutada por la Pamplona real. En este caso, la recién estrenada alcaldesa Ibarrola se trajo para mayor pompa y boato suyo a Letizia Ortiz y Felipe de Borbón como invitados estelares a los actos institucionales. Una visita a la Catedral con el arzobispo al frente como no podía ser de otra manera, una ofrenda floral ante la tumba de Carlos III y Leonor de Trastámara en la que le plantaron una corona con una bandera de bandas rojas y amarilla que si se hubiera levantado el homenajeado a dar las gracias nunca hubiera entendido qué representaba y recibimiento en el Ayuntamiento al que faltaron 11 (EH Bildu, Geroa Bai y Contigo-Zurekin) de los 27 concejales de la ciudad. Un par o tres de cientos de personas allí concentrados para aplaudir con el entusiasmo de los vasallos, un obligado pasamanos con los súbditos de la Corporación –seguido de la entrega del pañuelo rojo a Letizia y Felipe y una genuflexión poco ensayada de Ibarrola ante el Rey–, un amplio despliegue policial en el Casco Viejo y un silbato incautado por la Policía a una ciudadana por pitar con él a los dos invitados de honor. El periplo oficial no dio para más, aunque tuvo también momentos de comedia política. Ver a Ibarrola y luego a Chivite colarse apresuradamente en el balcón del Ayuntamiento desde donde saludaban los Reyes a una Plaza Consistorial más bien vacía para pillar espacio en fotos y vídeos con la vista puesta, supongo, en las revistas del corazón, es cómico. Fue más rápida Ibarrola que Chivite. Aunque la sonrisa no oculta la pobreza, sumisión y cierto paletismo con la que se luce a veces la dignidad que se supone a los cargos institucionales que representan a toda una ciudad o un pueblo. Terminado lo prescindible de la jornada –creo que igualmente prescindible para Leticia y Felipe, aunque vaya en sus cargos y sueldos–, llegó lo importante. Miles de pamplonesas y pamploneses se echaron a la calle en una jornada histórica que volvió a situar a la Comparsa de Gigantes y Cabezudos, a la Pamplonesa y a los dantzaris de Duguna como los reyes reales de esta ciudad. Iruña no es mucho de monarquías y coronas, pero es seguro mucho más de esas cuatro parejas de reyes y reinas de la Comparsa que de los borbones. Lo importante volvió a mostrar unas fiestas populares, de la calle, de vecindad, de sus rituales y de sus costumbres, un escenario de vida y de ciudad real muy diferente a ese intento de celebración del sarao casposillo de esa Pamplona oficial y pequeña que excluye a todos aquellos que pueden molestar a su falsa imagen de lo que es esta Iruña de hoy.