A las derechas españolas nunca les han gustado las mayorías democráticas si no son sus mayorías democráticas. En realidad, nunca les ha gustado la democracia. Se manejan mejor con los pronunciamientos y el golpismo. Entienden a los ciudadanos como simples máquinas de votar acríticamente sin libre albedrío democrático propio. Y a la democracia, como un accidente político que sólo tiene valor en cuanto les sirve para perpetuarse en el poder. Los valores de la democracia son una cosa que les interesa poco o más bien nada. Su concepción del poder se asienta en su verdad absoluta de que son los únicos depositarios de las esencias y capacidades de conducir la vida de los demás por una especie de ley natural y voluntad divina inmutables. Pero no es así, claro. Muchas veces ni los intermediarios divinos a los que pasean en procesión están por su labor. Y llegan los problemas. A Feijóo le ha presentado el PP a una investidura sin recorrido alguno –le llevan por el mismo camino y al mismo cadalso que a su antecesor Pablo Casado–, y cuando llega el momento de consumarse el fracaso, no queda otra que reactivar la confrontación, el jaleo, la trifulca, la bronca y el miedo. Aznar, González, Guerra , Redondo Terreros y todo un compendio de personajes políticos, periodistas, tertulianos y expertos demandan a voz en grito por radios, televisiones y periódicos un castigo cada vez mayor para todos aquellos que no compartan lo que ellos interpretan como el único orden establecido. Es lo que impera en la política española azuzando la confrontación y agitando la manipulación y la intoxicación social simplemente para intentar obtener réditos políticos y personales. Todo rodeado de un griterío insoportable de insultos, pronunciamientos, arengas, amenazas y algaradas. Ahora, como ya ocurriera co Zapatero, llamada desesperada a la exaltación callejera. Losmismos viejos esloganes panfletarios de España se rompe –o Navarra se vende en versión foral–, como reclamo al prietas las filas de antaño. Falsos conceptos como el de la supuesta defensa de una Constitución que quienes lo pregonan ni siquera la votaron y, por supuesto, son los primeros en incumplir sus principios democráticos fundamentales insistentemente. Si no hay golpe de estado como tal –se lleva mal eso en la UE del siglo XXI–, es evidente que hay un golpismo mediático, judicial, político... contra la actual mayoría democrática en el Estado. Esa metodología de exagerar la realidad manipulando los hechos y agitando a la opinión pública ha movido la política hacia posiciones extremistas e intransigentes que expanden la idea, también a través de pronunciamientos judiciales de fondo político, de que el actual Gobierno de Sánchez y sus apoyos, elegidos libre y democráticamente, es ilegítimo y totalitari. Esto es, la imposición de que solo ellos pueden gobernar su idea de España. Si la voluntad democrática no coincide con sus intereses, hay que desgastar la democracia por activa o por pasiva, un camino donde lo simbólico se impone a los valores, la toxicidad a la verdad y lo individual al bien común. Todo lo contrario a lo que representan las sociedades democráticas libres. Fracasada en las urnas democráticas la entente PP y Vox y con Feijóo a la deriva, prefieren desestabilizar la propia democracia que perder el control del poder en el Estado.